Lo ideal es visitar la Península entre noviembre y marzo. En esta época la temperatura oscila entre los 25 y 35ºC, las lluvias ocasionales hacen florecer el desierto y el interior se puede explorar sin miedo a sufrir una insolación. Aunque el invierno sea la mejor época para ir, no es la única. Si se desea conocer el verdadero significado del desierto, el verano (de junio a agosto, cuando se alcanzan los 50ºC) constituye toda una experiencia para apreciar la importancia de la siesta y comprender por qué el agua, y no el petróleo, es el elemento vital de la región. Sin agua –y sin sombrero– el agotamiento por calor es un peligro cotidiano.