Los habitantes originarios de Bahamas eran los lucayos, una tribu del grupo de los indios arahuacos, que llegaron a principios del siglo IX. Este pacífico pueblo subsistía principalmente de los recursos marinos, pescando y recolectando marisco, conchas, langostas y moluscos. Los escasos vestigios de su cultura se limitan a fragmentos de cerámica, petroglifos y palabras como canoa, caníbal, hamaca, huracán y tabaco. Cristóbal Colón plantó la bandera española en San Salvador (seguramente la actual Watling), cuando avistó por primera vez tierra americana en 1492. Tres años más tarde, los colonizadores españoles fundaron el primer asentamiento en el archipiélago, que sirvió como punto de concentración de los indios lucayos esclavizados por los españoles, y posteriormente embarcados hacia La Española. Al cabo de 25 años los cincuenta mil indios lucayos habían desaparecido y, finalmente, los conquistadores abandonaron el asentamiento.
En 1513, el español Juan Ponce de León navegó por el archipiélago en busca de la legendaria Fuente de la Juventud. En su lugar, encontró la rápida corriente del Golfo, que le empujó hacia Florida y su descubrimiento de América del Norte. Pronto los galeones españoles surcarían las coralinas aguas de Bahamas cargados de tesoros, desde los imperios de América Central y América del Sur, rumbo a España. Muchos naufragaron, sembrando las aguas del archipiélago con numerosos restos de estos galeones. Las historias de tesoros perdidos atrajeron a los piratas, que utilizaron Bahamas como guarida y base de operaciones. En su mayoría, las islas permanecieron inhabitadas y sin dueño, hasta que un siglo más tarde el rey Carlos I de Inglaterra se las concediera a su procurador general.
La guerra civil inglesa infestó las colonias con la persecución religiosa, y los puritanos de Bermudas se vieron obligados a abandonar sus asentamientos. En 1648, algunos de ellos zarparon en busca de una colonia más tolerante, y fue así como la Compañía de Aventureros para la Plantación de las Islas de Eleuthera arribó a la actual Abaco. Las rivalidades políticas sembraron la división entre ellos, y la mayoría siguieron hacia el Sur hasta la isla conocida entonces como Cigatoo (la actual Eleuthera), donde el barco embarrancó y se hundió. Unos pocos supervivientes salieron con botes de remos en busca de socorro, y llegaron hasta Jamestown (Virginia) cuyos residentes facilitaron provisiones a los náufragos abandonados en la isla desierta. Así nació la primera república independiente en la América colonial.
Durante el siglo XVII, la corona británica patrocinó a varios corsarios para que patrullaran las aguas internas de Bahamas y el mar circundante, promocionando la carrera de numerosos piratas y convirtiendo el asentamiento principal de Charles Town en una central de bucaneros. Tras la destrucción de la urbe a manos de una flota hispano-francesa en 1703, los corsarios proclamaron una República Pirata, sin leyes ni gobierno, y Edward Teach _más conocido con el apodo de Barbanegra- se auto proclamó su magistrado supremo. Esta situación perduró hasta 1714, cuando Gran Bretaña firmó el tratado de Utrecht, por el que suprimía el patrocinio y convertía a los piratas en forajidos. Durante el siglo siguiente, los bucaneros focalizaron su actividad en saquear navíos de todas las nacionalidades y asaltar poblaciones y plantaciones tanto en el Caribe como en las Carolinas. El gobernador de la corona británica (él mismo ex pirata) venció a los corsarios, proclamando, en palabras que se convertirían en el lema de la nación: ” Expulsis Piratis, Restituta Commercia ” (“Piratas expulsados, comercio restablecido”). Con los corsarios desapareció la principal fuente de ingresos de las islas, y los que permanecieron se dedicaron para sobrevivir a la caza de tortugas, al trabajo en las salinas y, lo más importante, provocando el naufragio de los navíos de paso.
Tras la guerra de independencia americana, miles de colonos leales a la corona británica emigraron a Bahamas, triplicando su población en tan sólo tres años, e introdujeron dos elementos que afectarían profundamente el futuro de las islas: el algodón y los esclavos. Establecieron plantaciones semejantes a las de Estados Unidos, pero la tierra no se prestaba a este cultivo, y la mayoría de haciendas fracasaron al cabo de pocos años. Cuando Gran Bretaña prohibió la trata de esclavos en 1807, la armada británica interceptó navíos y trasladó a los esclavos liberados a Bahamas. Muchos colonos británicos abandonaron las islas tras la emancipación, legando a menudo sus tierras a sus antiguos esclavos, quienes debieron, al igual que los negros libres de su alrededor, dedicarse a la pesca y a la agricultura de subsistencia. Los derechos políticos y la plena igualdad resultarían más elusivos, ya que la era posesclavista siguió caracterizada por el predominio de una elite blanca sobre una mayoría de raza negra apenas representada.
Durante la mayor parte del siglo XIX, la economía de la nación siguió fundamentada en la agricultura de subsistencia, la pesca, los naufragios provocados y el contrabando, pero el pasaporte de las islas para salir de la pobreza empezó a materializarse en Estados Unidos bajo la forma de una nueva clase social con los medios económicos necesarios para costearse vacaciones en climas agradables y templados. A principios del siglo XX, Florida se posicionaba como destino turístico, y el archipiélago resultó indirectamente beneficiado. En 1920 se inició un aluvión de visitantes, cuando se promulgó la Ley Seca en Estados Unidos, con el inmediato desarrollo del contrabando en Nassau. La ubicación de las islas se convertía en la adecuada para transportar bebidas alcohólicas ilegales hasta la nación norteamericana a bordo de lanchas motoras, y los muelles de Nassau pronto se convirtieron en un vasto almacén de ron. La ciudad invirtió sus beneficios en la construcción, y los hoteles se multiplicaron. El primer casino de las islas atrajo a jugadores, gángsteres y una mezcla de ricos y famosos, junto con ociosos menos ilustres, atraídos por la perspectiva del alcohol asequible. La revocación de las medidas prohibicionistas, en 1933, sumió a Nassau en otra crisis económica, agravada esta vez por la Gran Depresión.
Al igual que en Estados Unidos, la guerra marcó el final de la depresión económica. La II Guerra Mundial reanimó la industria turística con la llegada a las islas de millares de soldados estadounidenses para descansar y recuperarse. Norteamericanos adinerados en busca de un soleado refugio invernal acudieron de nuevo a Bahamas, estimulados por la presencia del nuevo gobernador de las islas y su esposa, los duques de Windsor. El duque, Eduardo VIII de Inglaterra antes de abdicar del trono, prestigió a las islas, asegurando el regreso a Nassau de los personajes ilustres de antaño. Los duques, junto con sus adineradas amistades, promovieron el turismo en el archipiélago para devolverles la prosperidad, un esfuerzo que coincidió con la aviación a reacción y la revolución cubana de 1959, que empujó a los viajeros occidentales hacia una nueva meca para su descanso y ocio. Concentrando sus esfuerzos en Nassau, los líderes locales ampliaron la base estadounidense para acomodar los vuelos internacionales, dragaron el puerto para atraer a los cruceros y lanzaron una campaña publicitaria a gran escala. También convirtieron el país en un paraíso fiscal para las empresas, con lo que el turismo y el sector financiero prosperaron a la par.
Este giro positivo en la economía coincidió con (o quizá contribuyó a disparar) la evolución de partidos políticos y las tensiones étnicas latentes, ya que mientras la elite blanca cosechaba cuantiosos beneficios del desarrollo y auge turísticos, la mayoría de raza negra permanecía en la pobreza. El Partido Progresista Liberal (PLP), liderado por dirigentes negros, tomó el poder en 1967, clausurando la era de supremacía blanca y preparando el terreno para la independencia. El 10 de julio de 1973, las islas de Bahamas se convirtieron oficialmente en una nueva nación, la Commonwealth de las Bahamas, finalizando así con 325 años de dominio británico. El empeño reformista del PLP tuvo como consecuencia un descenso en el mercado inmobiliario, que imposibilitó la construcción de nuevas viviendas por parte de los extranjeros y estancó la economía del país. Simultáneamente, los dirigentes del partido se mancillaban por la corrupción, en gran parte debido a un incipiente narcotráfico internacional. Tras una ofensiva contra el narcotráfico apoyada por Estados Unidos en la década de 1980 y la elección de un nuevo gobierno propicio para el desarrollo empresarial (reelegido por una aplastante victoria en las elecciones de 1997), la economía de Bahamas empezó a recuperarse.
Aunque el próspero sector turístico a veces se vea agitado por los huracanes _ como los de Dennis y Floyd en 1999, y el huracán Frances en 2004, se trata de un país relativamente rico. Tiene una de las mayores flotas de buques del mundo y es un proveedor muy importante de servicios financieros en paraíso fiscal. En noviembre de 2001, Ivy Dumont se convirtió en la primera mujer que ocupaba el puesto de gobernadora general de las Bahamas, y, al año siguiente, el Partido Liberal Progresista del antiguo político Perry Christie terminaba con los 10 años de dominio del Movimiento Nacional por la Libertad.
Desde 2010 Bahamas no aparece en la “lista gris” de paraísos fiscales que publica la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y ha firmado más de 12 acuerdos bilaterales que permiten el intercambio de información fiscal.