La percepción que tiene la mayoría de Canadá se fundamenta en sus vastísimas distancias, sus ricos recursos naturales y su bandera. Se asocia indiscutiblemente con las cataratas del Niágara y con su condición de paraíso de los arces. No obstante, su diversidad etnocultural ofrece un valor añadido a sus maravillas naturales.
Los contrastes entre las tradiciones indígena y europea dotan al país de un carácter complejo, que también recibe la constante influencia de la cultura estadounidense y del conjunto de costumbres importadas de Asia y América latina de mano de los inmigrantes. El resultado es una próspera sociedad heterogénea en pleno proceso de formación de su propia identidad. Aquellos que consideren que Canadá no es más que una réplica más moderada de su vecino del Sur, deberían revisar sus prejuicios antes de entrar al país: su escasamente poblada frontera norte, que poco a poco se ha ido constituyendo en el alma de la nación, y su mezcla de gentes han dado lugar a un territorio que poco tiene que ver con Estados Unidos.