China se precia de tener una historia de cinco mil años de antigüedad. La existencia de la primera dinastía, la Xia, está aún sin verificar desde el punto de vista arqueológico, pero se ha aceptado que se mantuvo en el poder desde el año 2200 al 1700 a.C. Las leyendas cuentan que estuvo precedida de una sucesión de soberanos dioses que les otorgaron el regalo de la vida y el conocimiento de la caza y la agricultura. La existencia de dinastías posteriores es igualmente confusa, aunque se empieza a dilucidar conforme pasa el tiempo.
El período Zhou (1100 a 221 a.C.) vivió la aparición del confucionismo y el establecimiento del mandato del cielo, por el que el derecho a gobernar le era concedido al justo y denegado al demonio, al corrupto, dando origen a la visión taoísta según la cual la desaprobación del cielo se manifiesta a través de desastres naturales como terremotos, inundaciones o plagas de insectos.
Durante la dinastía Qin (221 a 207 a. C.), el pueblo chino se unió por primera vez en su historia. Con ella se estandarizó el sistema de escritura y concluyó la construcción de la Gran Muralla. La posterior dinastía de Han (206 a. C. a 220 d. C.) participó en innumerables conflictos militares y creó los Tres Reinos. Estos siglos de guerra curiosamente fueron testigos del florecimiento del budismo y de las artes.
Bajo la dinastía Sui (589-618) se produjo la unidad efectiva del país, que terminó de consolidarse bajo la dinastía Tang (618-908), cuyo período de mandato es considerado el más glorioso de la historia china. Las conquistas militares devolvieron al país el control de las rutas de la seda, y su sociedad se internacionalizó como nunca antes. El budismo se desarrolló bajo la dinastía Tang dividiéndose en dos escuelas diferentes: el Chan (Zen) y la Tierra Pura (budismo chino).
El período de la dinastía Song (960-1279) se caracterizó por un resurgimiento del confucionismo y por revoluciones urbanas y comerciales; no en vano Marco Polo ya hizo referencia a la prosperidad de las ciudades chinas del siglo XIII. El nieto de Genghis, Kublai Khan, de la dinastía Yuan (1271-1368), fundó la capital del país en lo que actualmente es Pekín y militarizó la administración. Hongwu, recién convertido al budismo, creó la dinastía Ming (1368-1644), con capital en Pekín y Nanjing.
Los portugueses fueron los primeros europeos en llegar a China en 1516. Se creó una misión comercial en Macao en 1557, pero hasta 1760, con la creación de la base de Guangzhou, no tuvieron acceso otras fuerzas a los mercados chinos. El comercio con China disparó a su favor, ya que las compras británicas de seda y té superaban las compras chinas de lana y especias. En 1773, los británicos decidieron equilibrar la balanza comercial promoviendo la venta del opio, que más tarde ocasionaría las guerras del opio de 1840.
Los tratados a favor de los británicos pactados tras la guerra forzaron la cesión de Hong Kong y la firma del humillante tratado de Nanjing. El ulterior apropiamiento de tierras por parte de las fuerzas occidentales provocó la división de China en esferas de influencia. La aceptación por ésta de la política de libre comercio propuesta por Estados Unidos, denominada “de puertas abiertas”, hizo que las posesiones coloniales del país pronto desaparecieran y que Vietnam, Laos y Camboya fueran a parar a manos de los franceses, Birmania a manos de los británicos, y Corea y Taiwán a manos de los japoneses.
La primera mitad del siglo XX fue un período caótico. Los intelectuales buscaban una nueva filosofía que sustituyera al confucionismo, mientras que los señores de la guerra intentaban acabar con el poderío imperial. El partido Kuomintang de Sun Yatsen (el KMT o Partido Nacionalista) estableció una base en el sur de China y comenzó a entrenar a un Ejército Revolucionario Nacional (ERN). Entretanto, las conversaciones mantenidas entre el gobierno soviético y destacados marxistas chinos dieron como resultado la formación, en 1921, del Partido Comunista Chino (PCC). Las esperanzas depositadas en la alineación del PCC y el KMT se esfumaron con la muerte de Sun Yatsen y el ascenso al poder del líder del KMT, Chiang Kai-Shek, que favoreció un estado capitalista apoyado por una dictadura militar.
Los comunistas se escindieron en dos grupos: los promotores de las revueltas callejeras y los que consideraban que la victoria residía en la unidad del país. Mao Tse-Tung estableció sus fuerzas en las montañas de Jinggangshan y, para 1930, había conseguido formar una guerrilla de 40.000 soldados. Chiang organizó cuatro campañas para acabar con los comunistas que, paradójicamente, vencieron. La quinta campaña casi finaliza con éxito, porque los comunistas, mal aconsejados, se enfrentaron frontalmente en una batalla con el KMT. Cercados, en 1934 tuvieron que retroceder del norte de Jiagnxi hasta Shaanxi, retirada conocida como la Larga Marcha. A su paso, los comunistas armaron a los campesinos y redistribuyeron la tierra, y Mao acabó siendo reconocido como el líder supremo del PCC.
En 1931 los japoneses, aprovechando el caos en el que estaba sumida China, invadieron Manchuria. El mandatario Chiang Kai-shek hizo poco por detener el avance japonés, y para el año 1939 la mayoría del territorio oriental de China ya había sido ocupado. Tras la II Guerra Mundial, China se enfrentaba a una guerra civil. El 1 de octubre de 1949 Mao Tse-Tung proclamaba la creación de la República Popular China (RPC), y el líder Chiang Kai-Shek, reconocido por Estados Unidos como el legítimo mandatario chino, huía a Taiwán.
La RPC iniciaba su andadura como un país en bancarrota, pero los años cincuenta aportaron gran confianza. El pueblo estaba hipotecado por la guerra de Corea, pero en 1953 ya se había logrado frenar la inflación, se había restaurado la producción industrial a los mismos niveles anteriores a la guerra, se había llevado a cabo la redistribución de la tierra y se había lanzado el primer plan quinquenal. La consecuencia más trágica del dominio del Partido Comunista fue la liberación del Tíbet en 1950, cuyo líder espiritual fue obligado a exiliarse, y cuya cultura fue esquilmada.
El siguiente plan que se instauró fue el Gran Salto Adelante, cuyo objetivo era lanzar la economía a los niveles del primer mundo. El plan no se desarrolló con éxito, debido a una inadecuada gestión y a las inundaciones y sequías que azotaron el país, a las que se sumó la retirada de toda la ayuda soviética en 1960. La Revolución Cultural (1966-1970) trató de distraer la atención de estos desastres con una mayor presencia personal de Mao a través de sus anotaciones en el Pequeño libro rojo, la purga de sus oponentes y la creación de la Guardia Roja. Se clausuraron las universidades; los intelectuales fueron depurados; los templos, saqueados; y los restos del pasado capitalista de China, destruidos.
Los políticos de Pekín se dividieron en moderados (Zhou Enlai y Deng Xiaoping) y radicales y maoístas, dirigidos por la esposa de Mao, Jiang Qing. Los radicales aventajaron su posición al morir Zhou, en 1976. Hua Guofeng, el elegido para suceder a Mao, se aupó como personaje principal. El desafecto a Jiang Qing y a su camarilla culminó en una protesta en la plaza de Tiananmén y en la implantación de una serie de medidas que acarrearon la desaparición de Deng, a quien se responsabilizó de la protesta contrarrevolucionaria. Deng se rehabilitó para la vida pública en 1977, formando finalmente un Comité Permanente del PCC de seis miembros.
Con Deng gobernando y con la firma de la Declaración Conjunta Chino-británica de 1984, China emprendió una reconstrucción económica, que no política. La insatisfacción generalizada con el partido, unida a la inflación y a una mayor demanda de democracia, ha hecho proliferar el malestar social, reflejado en las manifestaciones de 1989 y en la posterior represión de Tiananmén.
Cuando los británicos y portugueses entregaron Hong Kong y Macao respectivamente, el plan de China un país, dos sistemas cambió de velocidad. Con la muerte de Deng y la sucesión de Jiang Zemin como líder, China se enfrentaba a un nuevo curso en su historia. La Organización Mundial del Comercio extendió una invitación a China para participar en el amplio juego fiscal. La compensación a cambio de esta oferta era poner fin a los abusos contra los derechos humanos.
El mayor obstáculo para conseguir el modelo de una sola China parecía ser la diminuta isla de Taiwán, sin embargo, aceptó la política de reunificación que defiende: un país, dos sistemas. Bajo el principio de una sola China, el sistema capitalista de las islas Taiwán convive con el sistema comunista continental.
En 2002, Hu Jintao fue nombrado secretario general del Partido y nuevo presidente de la república como sucesor de Jiang Zemin, que continuó siendo la máxima autoridad militar. Un año después, el Parlamento chino revalidó el cargo de Hu Jintao como presidente y designó a Wen Jiabao como primer ministro.