“Dadme a vuestros pobres, a vuestros exhaustos, a vuestras masas hacinadas que suspiran por respirar libremente”; así reza la inscripción de la Estatua de la Libertad. Y el mundo le hizo caso, alimentando el dinamismo de este país con oleadas de inmigrantes procedentes de cualquier rincón del globo. Ésta es una de las características definitorias de la identidad nacional de Estados Unidos, aunque considerar que se trata de un “país de inmigrantes” significa soslayar a los indígenas americanos y a los esclavos africanos.
A pesar de la mezcolanza racial, Estados Unidos puede ser sorprendentemente aislacionista y xenófobo. En los últimos 30 años la noción de melting pot (crisol de razas), una amalgama en la que las diferencias individuales entre los inmigrantes se perdían en una uniformidad insípida, se ha visto reemplazada por el modelo cuenco de ensalada, en el que cada una de las piezas sigue manteniendo su aroma contribuyendo al mismo tiempo al conjunto, ya que muchos grupos étnicos estadounidenses no aspiran a integrarse en las normas anglosajonas.
La constitución garantiza a los ciudadanos la libertad de culto. Los protestantes se han mantenido como la espina dorsal de la clase media estadounidense, mientras que los inmigrantes irlandeses, italianos y polacos católicos han ido ganando terreno gradualmente. Hay más de 5 millones de judíos, cuyas proezas en el terreno financiero y científico les ha permitido desempeñar un papel mucho más activo que lo que su número podría sugerir. Existe una infinidad de cultos autóctonos, como la iglesia de la cienciología, los testigos de Jehová y los mormones. Las sectas proliferan: Charles Manson, Jim Jones y los militantes davidianos son algunos ejemplos.
El inglés de Estados Unidos presenta infinidad de acentos regionales, con grados diversos de inteligibilidad. Los neoyorquinos son conocidos por su contundente acento nasal; los californianos, por su pronunciación lenta y cansina y su rica jerga playera, los sureños por su habla pausada; y los negros de las ciudades, por un argot callejero incomprensible para los forasteros. El español es la segunda lengua más hablada en California, Nuevo México, Texas y Miami. Existen 400.000 hablantes de dialectos indígenas, así como unas 375.000 personas que se comunican hablando yiddish, una lengua empleada por los judíos de ascendencia centroeuropea, mezcla de hebreo y alemán.
La cultura estadounidense moderna debe tanto al marketing, a la tecnología aplicada a las comunicaciones y a las técnicas de producción masivas como a los artistas y a las estrellas del mundo del espectáculo. La radio, la televisión, las películas o Internet son sendos terrenos que las compañías estadounidenses han inventado, empaquetado y hecho llegar a tantos consumidores como han podido y de la forma más barata y conveniente.
El papel que la religión y la política desempeñaron a la hora de definir la esencia de lo que significaba Estados Unidos hasta finales del siglo XIX, lo han ejercido en el siglo XX el cine y la televisión. Durante la mayor parte de dicha centuria, Hollywood ha reflejado todos los sueños y pesadillas nacionales en el celuloide, plasmando en las películas el subconsciente colectivo. La llegada de la televisión en la década de 1950 alcanzó a Hollywood en pleno corazón, pero ambos medios de comunicación se las han arreglado para coexistir, incluso han colaborando cuando ha hecho falta. La distribución mundial de películas y programas de televisión estadounidenses ha dado a conocer este país en todo el planeta.
La industria musical estadounidense es la más poderosa del mundo. La influencia afroamericana en la música del país es innegable. Las canciones de trabajo de los esclavos derivaron en el blues. El jazz emergió en Nueva Orleans a principios del siglo XX, donde músicos autodidactas, que tocaban instrumentos supervivientes de la guerra entre España y Estados Unidos, inventaron un cóctel fuertemente sincopado de ragtime y blues, improvisado durante las madrugadas en los clubes nocturnos.
Hombres de negocios blancos contrataban a los músicos negros para que entretuvieran al público, pero cuando Elvis comenzó a cantar y a contonearse, los chicos blancos se percataron de que también podían mover el esqueleto, adoptaron el rhythm and blues y a partir de ahí comenzaron a escribir la historia del rock and roll. El rap, que es el sonido urbano del país, otorga un énfasis equivalente a su ritmo machacón, al montaje de sonido y a las actitudes que están de moda. La atracción que causa en la clase media blanca estadounidense deja perplejos a los sociólogos.
A pesar de que los yanquis temen que la próxima generación crezca virtualmente iletrada, Estados Unidos ha sido capaz de albergar un auténtico bosque literario. La ilustre estirpe de escritores comienza con Walt Whitman, Herman Melville, Nathaniel Hawthorne, Emily Dickinson, Henry James y Edith Wharton, y se adentra en la época moderna con William Faulkner, Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, John Steinbeck, Jack Kerouac, Arthur Miller, Tennessee Williams, Saul Bellow, John Updike y Toni Morisson. Tradicionalmente se considera que la novela autóctona más importante es Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain.
Después de la II Guerra Mundial, el crisol del arte internacional se trasladó de París a Nueva York. Una serie de artistas que abandonaban la Europa de posguerra se trajo consigo los restos del surrealismo a la Gran Manzana, inspirando a un grupo de jóvenes pintores estadounidenses -entre los que destacan Jackson Pollock y Mark Rothko- la creación del primer estilo pictórico específicamente estadounidense, denominado expresionismo abstracto. La avasalladora influencia de medios de comunicación como la televisión y la publicidad originó el movimiento artístico estadounidense más emblemático, el Pop Art. Pinturas de carácter superficial e intencionadamente banales como las Latas de sopa Cambpell, de Andy Warhol, se han convertido en iconos americanos. Warhol fue uno de los primeros artistas que se convirtió en un símbolo de la cultura popular.
Cuando se piensa en las ciudades de Estados Unidos, se asocian con los rascacielos, esas proezas arquitectónicas que constituyen auténticos anuncios de la fuerza y el optimismo estadounidenses. Chicago, con obras maestras como el Manhattan Building y las torres Tribune y Sears, es un museo viviente del desarrollo vertical. Nueva York también se enorgullece de poseer un considerable cupo de joyas, entre las que se distinguen el Flatiron Building, el Empire State Building (donde se encaramó King Kong) y el Chrysler Building, de estilo Art Déco. A pesar de la creciente homogeneización y californización, la América rural conserva su idiosincrasia y sus estilos arquitectónicos vernáculos, como en Nueva Inglaterra (casas construidas con tablas de madera), California (misiones españolas) y Nuevo México (viviendas de adobe).
Los deportes estadounidenses evolucionaron independientemente de los del resto del mundo y, en consecuencia, juegos locales como el béisbol, el fútbol americano y el baloncesto dominan el escenario deportivo. El éxito de la Copa del Mundo de 1994, que se celebró en Estados Unidos, motivó un renovado interés por el soccer (el fútbol europeo), pero el hockey sobre hielo sigue siendo el cuarto juego colectivo más popular. La cultura urbana inventó asimismo los deportes de interior: el aeróbic y la gimnasia, el esquí y la escalada indoor, buenos ejemplos de lo que puede suceder cuando unos ingresos excesivos coinciden con un escaso tiempo libre.