El arte y la arquitectura húngaros se nutren de influencias románicas, góticas, barrocas y Art Nouveau. El país posee una de las mejores tradiciones populares de Europa, con excelentes tejidos bordados, cerámica, pinturas murales y tallas de madera y hueso. Sus aportaciones musicales son igualmente ricas, y engloban desde las rapsodias de Franz Liszt y las óperas de Ferenc Erkel hasta la música gitana y popular. La literatura se ha hecho eco de los acontecimientos históricos de la nación, que han originado odas épicas, conmovedores poemas de independencia, descarnados relatos realistas y estridentes polémicas. El fútbol es sin lugar a dudas el deporte espectáculo por excelencia; el ajedrez también goza de bastante aceptación.
Los húngaros suelen adoptar un punto de vista bastante escéptico respecto a la fe; algunos indican que éste es el motivo por el cual sobresalen en las ciencias y las matemáticas. La mayoría de los que declaran tener una filiación religiosa son católicos romanos, calvinistas o luteranos. El país también cuenta con una pequeña población de griegos católicos y ortodoxos y una próspera comunidad judía en Budapest.
Se debe investigar para descubrir las maravillas de la cocina húngara. A pesar de la abundancia natural de frutas y verduras, estos alimentos no se prodigan en la gastronomía del país. Generalmente, los platos típicos se componen de carne (sobre todo de cerdo) o pescado muy cocido, algún tipo de fécula y una pequeña guarnición a base de pepinillos en vinagre. Entre éstos destacan: el pörkölt (estofado de buey conocido internacionalmente como gulasch), el gulyás (sopa espesa de carne de vaca) y el halászlé (sopa picante de pescado con pimentón dulce). Son muy recomendables la jokai bableves (sopa de judías), la hideg gyumolcsleves (sopa fría de fruta a base de cerezas ácidas) o la palacsinta (crepes rellenos). Se prodiga el buen vino, aunque es más difícil encontrar vinos excelentes. La cerveza es buena y el coñac (pálinka), fuerte.