Conoce la historia de Islandia

Los primeros pobladores de Islandia, monjes irlandeses, utilizaron la isla como una especie de ermita hasta principios del siglo IX. Más tarde, aparecieron los primeros habitantes estables, procedentes de Noruega. Fue la llamada Edad del Asentamiento, que tradicionalmente se sitúa entre 870 y 930, cuando las luchas políticas causaron una huida masiva de la península escandinava.

Después de escapar de los conflictos políticos de sus tierras originarias, los colonizadores optaron por un régimen de gobierno parlamentario. Se fundaron una asamblea de distrito y una Althing (Asamblea Nacional), y se redactó un código de leyes. Islandia se convirtió al cristianismo en el año 999, lo que tuvo como consecuencia cierta unidad nacional en un momento en el que afloraban diferencias entre sus dirigentes y se empezaban a cuestionar las lealtades. El país se desarrolló a lo largo del siglo siguiente, y estableció una próspera economía agraria y poco conflictiva.

Fue entonces cuando Islandia se convirtió en el punto de partida de las exploraciones del Atlántico Norte: Erik el Rojo, criado en Islandia e hijo de un exiliado noruego, colonizó Groenlandia en 982. Se dice que fue su hijo, Leif Eriksson, el primer europeo que exploró la costa de América del Norte, a la que llamó Vinland la Buena. Una de las sagas islandesas más fidedignas, sin embargo, apunta que Leif Eriksson había oído hablar de Vinland a otro islandés, Bjarni Herjolfsson, que la había descubierto unos catorce años antes. Estos viajes de exploración inspiraron uno de los grandes auges literarios de Europa.

La primera tradición literaria aparecida se centró en la poesía y la épica. En la época de las sagas (finales del siglo XII hasta finales del siglo XIII), la poesía se vio desplazada por las epopeyas y los relatos dramáticos sobre los primeros asentamientos, los romances, las luchas y el desarrollo de Islandia. Estas narraciones proporcionaron una herencia cultural al pueblo islandés y amenizaron las heladas noches invernales.

A principios del siglo XIII, el brillante período de paz que se había mantenido durante doscientos años llegó a su fin. Comenzaba la terrible Edad Sturlung, una época turbulenta de violencia y traiciones políticas. El rey noruego Hákon Hákonarson intervino de inmediato, e Islandia se sometió a Noruega. El volcán Hekla entró en erupción en 1300, 1341 y 1389, sembrando la muerte y la destrucción por toda la nación. También padeció epidemias y la peste negra que había asolado Noruega en 1349; finalizaron así las relaciones comerciales y el aprovisionamiento.

A finales del siglo XIV, Islandia pasó a estar gobernada por Dinamarca. Los conflictos entre la iglesia y el estado condujeron a la Reforma de 1550, y a la imposición del luteranismo como confesión nacional. Durante los dos siglos siguientes, el país se vio esquilmado por los daneses, acosado por los piratas internacionales y estuvo sujeto a un número cada vez mayor de catástrofes naturales.

El dominio danés pereció en 1874, cuando Islandia redactó una constitución y se nombró un gobierno islandés independiente. La isla se liberó del control danés en 1918, año en el que fue reconocido como estado soberano en el reino de Dinamarca, aunque Copenhague conservó las competencias en materia de defensa y asuntos exteriores. En 1940 Alemania invadió Dinamarca y, un año después, Islandia solicitó la independencia, que le sería concedida el 17 de junio de 1944.

Tras la ocupación danesa por parte de los germanos y la declaración de soberanía islandesa, la vulnerabilidad de la isla cobró una especial importancia para las potencias aliadas. Como consecuencia, se produjo el traslado de tropas británicas y estadounidenses a sus tierras. En la actualidad, los estadounidenses permanecen en la isla, contra la voluntad de un cada vez mayor número de islandeses. Los británicos desataron la ira islandesa cuando se negaron a reconocer la ampliación de sus aguas territoriales para la pesca en la década de 1970. Durante algunos años, la temporada de pesca se caracterizaba por los incidentes regulares entre helicópteros de combate islandeses y buques de guerra británicos en la llamada guerra del bacalao.

En los últimos años, la economía de Islandia ha padecido una situación precaria: se ha recortado el número de capturas de pesca, ha aumentado el paro y la corona se ha devaluado. Los enfrentamientos entre las organizaciones medioambientales y el sector ballenero islandés, que se separó de la Comisión Ballenera Internacional en 1992, tampoco ha facilitó una mejora. En 2000, con la esperanza de dar un vuelco a la crisis económica, el gobierno aprobó un trato sin precedentes con la corporación de CODE Genetics, por el cual se autorizaba a la empresa a incluir en su base de datos información genética detallada e incluso el código del ADN de los 277.000 islandeses. Parece ser que este patrimonio genético relativamente homogéneo -rubios de ojos azules descendientes de escasos colonos vikingos- puede ayudar en la investigación de enfermedades genéticas, además de proporcionar unos ingresos estables al país (ya se manejan centenares de millones de dólares).

Mientras tanto, Islandia sigue luchando por conservar su industria ballenera. En 2002, la Comisión Ballenera Internacional volvió a aceptar a Islandia en su seno, a pesar de sus desacuerdos con ese país con respecto a la moratoria de la caza de ballenas. Al año siguiente, se emprendió una matanza selectiva ‘científica’ para estudiar el impacto de las ballenas en el número de peces.