Conoce la historia de Martinica

Cuando Colón avistó Martinica, estaba poblada por indígenas que la denominaban Madinina, isla de Flores. Pasarían tres décadas antes de que el primer grupo de colonos franceses, dirigido por Pierre Belain d’Esnambuc, arribara a la costa noroccidental. Construyeron un pequeño fuerte en 1635 y establecieron una colonia que se convertiría posteriormente en su primera capital, Saint-Pierre. El año siguiente, el rey francés Luis XIII firmó un decreto que autorizaba el uso de esclavos en las Antillas francesas.

Los conquistadores emprendieron de inmediato la colonización de las tierras, y hacia 1640 se habían extendido hacia el Sur, hasta Fort-de-France, donde construyeron un fuerte en el peñón situado sobre el puerto. Al talar los bosques para disponer las plantaciones de azúcar se intensificaron los conflictos con los nativos, llegando a desatarse una guerra que provocaría la expulsión forzosa en 1660 de todos los caribeños que habían sobrevivido a la contienda.

Los británicos, también interesados por Martinica, la invadieron y ocuparon entre 1794 y 1815. La isla prosperó bajo su dominio: los propietarios de las plantaciones vendían su producción en el mercado británico en lugar del francés. Gracias a esta ocupación, Martinica evitó la Revolución Francesa; cuando los británicos devolvieron la isla a Francia en 1815, las guerras napoleónicas habían finalizado y el imperio francés entraba de nuevo en un período de estabilidad.

La hija más famosa de Martinica es la emperatriz Josefina, esposa de Napoleón. Según cuenta la leyenda, en el momento de su nacimiento (1763, Trois-Ilets) se le acercó un adivino que presagió que algún día se convertiría en reina.

Poco después de que se restableciera la administración francesa en Martinica, la época dorada de la caña de azúcar inició su decaída debido a la saturación de los mercados y a la introducción del azúcar de remolacha, lo que erosionó los precios en el territorio francés. Con la disminución de sus riquezas, los aristocráticos hacendados vieron menguada su influencia política, cobrando fuerza el movimiento abolicionista dirigido por Victor Schoelcher, responsable del gabinete ministerial francés de las posesiones de ultramar. Schoelcher convenció al gobierno provisional para que proclamara en 1848 la emancipación que avoliría la esclavitud en las Antillas francesas.

En 1902, una erupción de la montaña Pelée (volcán que aún permanece activo) asoló Saint-Pierre y provocó un escape de gas ultracaliente; el impacto fue 40 veces superior que la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima. Sólo sobrevivió uno de los 30.000 residentes de la ciudad (Auguste Ciparis, que estaba prisionero). A pesar de su reconstrucción, la capital se trasladó permanentemente a Fort-de-France y desde entonces Saint-Pierre, considerada durante mucho tiempo la ciudad con mayor desarrollo cultural de las Antillas francesas, sólo fue la sombra de lo que había sido.

En la Segunda Guerra Mundial, Martinica cayó bajo el gobierno de Vichy en la división francesa posterior a la invasión nazi. Cuando los nazis se aburrieron de París e invadieron el sur, también tomaron el control de las colonias. En 1946, Martinica se convirtió en un departamento ultramarino de Francia, con una situación similar a la de los departamentos de la metrópolis, y, en 1958, cuando pudieron elegir entre integrarse en la comunidad francesa continental o independizarse, optaron por la seguridad de la primera opción. En 1974, se integró más en el redil político como una región de Francia. El estado administrativo de Martinica progresó hasta ser el de una región y, al cabo de nueve años, se instituyó un consejo regional. En los dos puestos caribeños de Francia, Guadalupe y Martinica, se utilizan la moneda y los sellos franceses, y ondea la bandera francesa. Pero cada vez son más las voces que reclaman una mayor autonomía interna y los grupos separatistas siguen organizándose. En 1998, Alfred Marie-Jeanne asumió la presidencia. En 2001, el poeta Aimé Cesaire, de 87 años, que había sido alcalde de Fort-de-France 47 años, se retiró del cargo, aunque no de su posición privilegiada en la literatura postcolonial.