Mayo, junio y septiembre constituyen los meses más agradables para visitar este país, con abril y octubre como alternativas algo más frías y, a veces, más económicas. La mayor parte de la población checa veranea en julio y agosto, cuando los hoteles y las zonas turísticas están más atestadas y los albergues se encuentran al completo, especialmente en la capital y en las zonas montañosas de Krkonose y Tatras. Por fortuna, la oferta de alojamientos más baratos se incrementa en las grandes ciudades en esta época. Centros como Praga, Brno y los complejos de montaña acogen a los visitantes a lo largo del año; más allá de estos emplazamientos, la mayoría de castillos, museos y sitios de interés, así como algunos hoteles, permanecen cerrados durante la temporada baja.