Los primeros pobladores de Irlanda se asentaron cerca de la actual Belfast hace unos nueve mil años, en el momento en que los casquetes glaciares se derretían y separaban la isla del actual territorio británico. La provincia del Ulster fue establecida en la Edad de Hierro por los celtas, que dominaron Irlanda durante mil años y dejaron como legado los sinuosos motivos ornamentales y la lengua irlandesa. La calma céltica fue truncada en el año 795 por los vikingos. Los ingleses entraron en escena por primera vez en 1169, pero la región se convirtió en un foco de resistencia al dominio extranjero, hasta que en el siglo XVII se convirtió en objetivo de la colonización inglesa. Esta ambiciosa apropiación de territorio llevaría finalmente al aislamiento del Ulster, hasta entonces la provincia más gaélica y católica de Irlanda. A diferencia de los anteriores forasteros, los nuevos terratenientes no contrajeron matrimonios mixtos y mantuvieron intacta su cultura protestante, para mayor enojo de los empobrecidos arrendatarios.
El resentimiento estalló en 1641 con el asesinato de un número importante de protestantes; las estimaciones oscilan entre dos mil y doce mil muertos. El trauma psicológico de este acontecimiento perdura en la población protestante actual de Irlanda, mientras que para los católicos irlandeses Cromwell, gobernador de Irlanda en esa época, se manifiesta como un símbolo igualmente perdurable de terror. Las esperanzas dispares de católicos y protestantes irlandeses se enfrentaron a finales de la década de 1680, cuando el rey católico Jacobo II fue destronado por el protestante Guillermo de Orange tras la revolución de 1688. El rey depuesto solicitó ayuda a Irlanda; el punto crítico llegó cuando sus tropas católicas fueron enviadas para sustituir a la guarnición en Derry. 13 miembros de la Orden de los Aprendices (protestante) cerraron las puertas de la ciudad amurallada y prohibieron la entrada a las tropas católicas. Las fuerzas de Jacobo la asediaron y los protestantes se negaron a rendirse. El inevitable conflicto entre Jacobo y Guillermo, católicos y protestantes, culminó en la batalla de Boyne, el 12 de julio de 1690, ese Glorioso Doce que todavía celebran los orangistas.
La provincia del Ulster se separó paulatinamente del sur, aislado por la geografía, la religión y la industrialización. Mientras que la población irlandesa sufría el hambre y la emigración masiva, la de Belfast, mayoritariamente protestante, pasó de unos 20.000 habitantes en 1800 a 350.000 a finales de siglo. Fue la única urbe irlandesa que vivió la Revolución Industrial, y consiguió fama gracias a sus astilleros y a la industria del lino. La industrialización vinculó la localidad a la pujante economía comercial de Gran Bretaña, forjando lazos más sólidos con Glasgow y Liverpool que con Dublín. Con las características hileras de casas adosadas edificadas para la clase obrera, adoptó el típico aspecto de las urbes industrializadas del norte de Inglaterra. Obtuvo el estatus de ciudad en 1888, tras la visita de la reina Victoria en 1849, conmemorada en la plétora de calles y monumentos que todavía se designan con su nombre.
El movimiento favorable al gobierno irlandés fue enérgicamente combatido por el Partido Unionista del Ulster, formado en 1885 y dirigido por el abogado dublinés sir Edward Carson, cuya oposición a la independencia irlandesa condujo a la partición del país. La brigada protestante de vigilancia de Carson, la Fuerza de Voluntarios del Ulster (UVF), se creó en 1913, con la conocida parafernalia paramilitar, alienando más aún a la minoría católica de la región. El tratado anglo-irlandés con fecha del 6 de diciembre de 1921 otorgó la independencia a 26 condados y ofreció la elección de seis condados del Ulster mayoritariamente protestantes, provocando la partición de Irlanda. Los lazos de unión del norte con el sur se rompieron por completo en 1949 con la creación de la República de Irlanda.
El parlamento de Irlanda del Norte se reunió entre 1921 y 1972, año en que Gran Bretaña impuso el gobierno directo. Los católicos (que constituían una notable minoría del 30% en el norte) eran excluidos del poder de forma sistemática por la mayoría unionista protestante y discriminados en todos los ámbitos, como la vivienda, el empleo y los subsidios sociales. Los llamamientos en favor de una representación más equitativa se enfrentaban con la férrea oposición protestante de extremistas, como el reverendo Ian Paisley. Una marcha por los derechos civiles en Derry, en octubre de 1968, fue violentamente disuelta por la policía norirlandesa (Royal Ulster Constabulary, RUC), originándose los disturbios. Entre 1969 y el breve alto el fuego de 1994 transcurrieron 25 años jalonados por una terrible sucesión de atentados terroristas, y Belfast se convirtió en sinónimo de guerra civil urbana.
El alto el fuego de 1997 y el acuerdo de Viernes Santo de 1998 han aportado la confianza a Belfast para reconstruirse y reinventarse. Westminster ha concedido autonomía política a Irlanda del Norte, con el unionista y Nobel de la Paz David Trimble como primer ministro y el católico Seamus Mallon (del Partido Socialdemócrata Laborista) como viceprimer ministro. El proceso de paz ha sufrido contratiempos debido a los violentos grupos paramilitares, a las dificultades para lograr el desarme y a los estallidos de violencia anuales durante la temporada de desfiles unionistas; pero el número actual de soldados es el más reducido desde 1970 y se espera que las reformas dentro del RUC fructifiquen. Belfast está prosperando: cuenta con una mayor tasa de empleo, grandes inversiones y un turismo en auge. Se ha purificado el río Lagan, se han modernizado zonas urbanas deprimidas como el barrio de la catedral, se han construido apartamentos millonarios junto al río y se han inaugurado hoteles de lujo, elegantes restaurantes, bares y cafeterías a lo largo de la urbe con la esperanza de dejar atrás el sombrío pasado.