Hasta el siglo XIX, el arte japonés estuvo influenciado principalmente por China y Corea, pero la estética característicamente japonesa existía ya desde mucho antes. Existe una fascinación por lo efímero (como en el ikebana, el arte de los arreglos florales), lo sobrio, y las formas que reflejan lo aleatorio de la naturaleza. También se intuye un don para el dibujo, desde los primeros dibujos a tinta Zen hasta los manga (cómics) del Japón contemporáneo. Destaca la pasión desbordada y el interés en lo grotesco o lo extravagante, visible en muchas obras, desde los pergaminos budistas que retratan los horrores del infierno hasta las representaciones de los distintos miembros del cuerpo en los grabados en bloques de madera del período Edo, de una estilización suprema.
La estética japonesa encuentra un cauce excepcional en su arquitectura, desde los gráciles templos sintoístas hasta los elaborados castillos y las casas prácticamente tan sutiles como telarañas (para mantenerse frescas en verano y obtener la máxima flexibilidad en caso de terremoto). Una composición física muy precisa también se evidencia en los jardines japoneses, meticulosamente planificados, por muy espontáneos y caprichosos que parezcan. Las tradiciones escénicas japonesas más famosas son el kabuki (teatro melodramático y espectacular) y el no (teatro formal, con máscaras). Representaciones de ambas modalidades pueden presenciarse en los teatros de Tokio, Kyoto y Osaka. El antiguo gagaku japonés se interpreta con tambores y otros instrumentos similares al laúd, la cítara, el oboe y la flauta. La música pop cuenta con un gran público en Japón, y los grupos punk femeninos han empezado a destacar últimamente en el voraz mundo de la música indie.
Gran parte de la literatura japonesa más antigua fue escrita por mujeres, ya que los hombres escribían en caracteres chinos, copiando los textos y el estilo chinos, mientras ellas, que no tenían acceso a los recursos educativos necesarios para aprender este idioma, redactaban en japonés (hiaigana), produciendo la primera literatura auténticamente japonesa. Entre las pioneras se encuentra Murasaki Shikibu, que escribió una de las obras literarias más importantes del Japón, La historia de Genji, sobre las intrigas de la vida en la corte del antiguo Japón. El venerado poeta Matsuo Basho perfeccionó la poesía haiku en el siglo XVII. Entre otros literatos más modernos se halla el controvertido Yukio Mishima, el provocativo Murakami Ryu, el sofisticado Banana Yoshimoto, y los dos galardonados con el premio Nobel: Yasunari Kawabata (1968) y Kenzaburo Oé (1994).
Quien desee aprender a leer en japonés deberá estar dispuesto a sacrificar varios años. Japón cuenta con uno de los sistemas de escritura más complejos del mundo, ya que se basa en tres alfabetos distintos (cuatro con el alfabeto romano, romaji, cada vez más extendido). Pero, a diferencia de otros idiomas asiáticos, el japonés no es tónico y su sistema de pronunciación puede llegarse a dominar con facilidad. Con un pequeño esfuerzo, el viajero podrá pertrechar un repertorio básico de frases habituales, el único problema radicará en entender la respuesta de los japoneses.
Tanto el sintoísmo (la religión original de Japón) como el budismo (importado de India), el confucianismo (una importación china que más que una religión es un código ético), el taoísmo e incluso el cristianismo, forman parte de la vida social contemporánea en Japón, y de alguna manera contribuyen a definir la visión del mundo desde un prisma nipón. Las religiones, en general, no son mutuamente excluyentes. El sintoísmo surgió como una expresión de la admiración ante los fenómenos de la naturaleza como el sol, el agua, las rocas, los árboles e incluso los sonidos. A todos estos fenómenos naturales se les atribuía un dios particular, venerado en templos erigidos en lugares especialmente sagrados. Muchas creencias sintoístas fueron incorporadas a la práctica del budismo japonés, tras su introducción en el país en el siglo VI.
La comida representa una parte importante del ocio durante una estancia en Japón, y el gastrónomo aventurero descubrirá que la cocina nipona es mucho más que el sushi, el tempura y el sukiyaki, platos que han permitido el conocimiento de esta gastronomía en el resto del mundo. A excepción de los shokudo (restaurantes de todo tipo de comida) y los izakaya (el equivalente de un pub donde también se sirven alimentos), la mayoría de restaurantes japoneses están especializados en un tipo de cocina. En un okonomiyaki (cocínese usted mismo) el cliente escoge una mezcla de carne, marisco y verduras que se fríe en una masa a base de col y otras verduras; en un robatayaki se despachan bebidas y está especializado en platos a la parrilla. Existe una variedad de restaurantes donde la comida se prepara en la mesa del comensal, que acabará degustando un sukiyaki (ternera cortada en finas lonchas, verdura y tofu cocidos en caldo), un shabu-shabu (ternera y verduras que se cuecen removiéndolas brevemente en caldo hirviendo y luego mojadas en salsas) o un nabermono (una sopa comunitaria, en la que cada uno remoja ingredientes crudos preparados en varias bandejas). Se puede comer por un precio relativamente módico si únicamente se acude a los humildes shokudo, o la alimentación se basa en bentos (almuerzos empaquetados para llevar) o teishoku (menús fijos) de los restaurantes más económicos o cafeterías.
El beber es el agente unificador que sostiene la sociedad nipona: hombres, mujeres y numerosos adolescentes lo practican. Su bebida favorita es la cerveza, que puede encontrarse en la práctica totalidad del país: tanto en máquinas automáticas como en alojamientos en los templos. El sake (vino de arroz) se sirve frío o caliente; consumido caliente, su efecto es más rápido. Las resacas de sake son memorables, de manera que hay que tener precaución en su consumo. El té verde japonés contiene mucha vitamina C y teína. Supone una bebida sana y refrescante y se afirma que puede prevenir el cáncer.