No se prodigan las melodías árabes tradicionales por las calles de Damasco, aunque sí puede encontrarse una interesante combinación de cantantes al estilo árabe acompañados de orquestas con instrumentos occidentales y autóctonos. Entre los artistas preferidos, destacan Mayada al-Hanawi y Asala Nasri. Los beduinos se mantienen fieles a sus tradiciones musicales, con grupos de hombres que cantan salmodias similares a un trance para acompañar a una bailarina del vientre.
A menudo, las artes visuales en el mundo árabe se centran únicamente a la arquitectura, puesto que el islamismo prohíbe la representación de los seres vivos. Por todo el país, abundan espectaculares emplazamientos arqueológicos, tanto antiguos como clásicos, donde yacen los vestigios de los califas musulmanes, los romanos y los bizantinos. Igualmente, existen numerosas obras religiosas de la época de los cruzados. El Corán constituye uno de los mejores ejemplos de escritura clásica árabe, mientras que el al-Mu’allaqaat agrupa poesía árabe aún más antigua. Hacia finales del siglo X, uno de los últimos florecimientos de la poesía árabe tuvo su epicentro en Siria: las obras más notables de esta época llevan la firma de al-Mutanabbi (que se consideraba a sí mismo un profeta) y Abu Firas al-Hamdani. Una de las obras más conocidas de la literatura árabe es Alf Layla wa Layla (Las mil y una noches), una colección de cuentos contextualizados en diferentes épocas y lugares. Entre las manifestaciones artísticas beduinas, se incluyen la joyería de plata, los tejidos de colores muy vivos y una amplia gama de cuchillos.
La hospitalidad constituye uno de los pilares de la vida árabe. Es frecuente que las familias sirias, sobre todo las que viven en el desierto, reciban a los extranjeros en sus hogares. La costumbre se desarrolló como respuesta a la dureza de la vida en el desierto: sin la comida, el agua y el refugio que ofrecían unos extraños, muchos viajeros hubieran perecido. En cualquier zona de Siria, se escuchará la palabra tafaddal (que, en una traducción libre, significa bienvenido) e invitarán al visitante a las viviendas para comer o tomar una taza de té.
El islamismo, religión monoteísta, supone el credo mayoritario en Siria. Esta creencia tiene al Corán como libro sagrado y al viernes como día festivo de la semana. Diariamente, y en cinco ocasiones, los musulmanes escuchan la llamada a la oración procedente de los minaretes de las mezquitas que salpican el país. El islamismo posee las mismas raíces monoteístas que el judaísmo y el cristianismo y, por lo general, los musulmanes tratan con respeto a los practicantes de estas religiones: según las creencias islámicas, Jesús era uno de los profetas de Alá, y tanto cristianos como judíos están considerados compañeros del Libro. Alá dictó el Corán a Mahoma, el último Profeta. Un gran número de musulmanes sirios pertenece a la secta sunní, aunque el país también cuenta con importantes minorías alawitas, drusas y chiitas. La mayoría de los drusos habitan junto a la frontera con Jordania, y sus creencias están envueltas en un velo de misterio. Los alawíes, que en su mayor parte se localizan en Latakia, Hama y Homs, son chiitas radicales.
La ley islámica prohíbe la carne de cerdo y las bebidas alcohólicas y, en mayor o menor medida (por lo general, menor), esta disposición se cumple en todo el país. El islamismo también tiende a establecer separaciones entre sexos, así que tal vez se encuentre con que numerosos restaurantes sólo admiten hombres. En muchos de estos establecimientos, si se solicita, acompañarán al visitante a la estancia familiar, una zona separada para mujeres. Cuando los sirios comen fuera de casa, es frecuente que pidan platos compartidos: una selección de mezzeh, o entrantes, seguida de platos fuertes para repartir entre varios comensales. La mayoría de las comidas se acompañan del pan ázimo árabe o khobz. Entre el resto de alimentos básicos, destacan el felafel, unas bolas de garbanzos fritas en abundante aceite; el shwarma, unas lonchas de cordero asadas; y el fuul, una pasta de habas, ajo y limón. El mensaf constituye una de las especialidades beduinas: un cordero entero, cabeza incluida, cocinado en un lecho de arroz y piñones.