La rica Arabia El sinfín de reinos e imperios que surgieron de las arenas del desierto de Arabia tenían una cosa en común: el incienso. Los antiguos dioses eran aplacados con humo sagrado y la gente de Arabia se hizo muy rica proporcionando incienso a los ávidos devotos del antiguo Egipto, Persia y Roma. De estos pueblos comerciantes uno de los más fascinantes fue el de los nabateos: clanes beduinos que se congregaron en las extraordinarias ciudades gemelas excavadas en la roca de Madain Saleh y Petra. Su ámbito de influencia se extendió hasta Palmira (Siria), en el norte, y Hadramawt (Yemen), en el sur, y su prosperidad solo se acabó cuando los romanos consiguieron evitar a los intermediarios disponiendo flotas en el mar Rojo para importar el incienso directamente. El empobrecido reino nabateo estuvo tambaleándose unos cuantos años, pero al final fue absorbido como una provincia del Imperio romano en el 106 d.C. Los ejércitos de inspiración islámica crecieron de forma espectacular e hicieron añicos a los decadentes imperios bizantino y sasánida, pero tras la muerte del profeta Mahoma en el año 632, Arabia volvió a caer en el letargo y se convirtió en un lugar económicamente insignificante en comparación con los sofisticados califatos omeya y abasí. Solo se salvó de ser un lugar totalmente irrelevante gracias a la importancia espiritual de las ciudades santas de La Meca y Medina. El nacimiento del Imperio saudí En 1703 un hombre aparentemente insignificante nació en la aldea de Al-Uyaynah, en el wadi Hanifa de Arabia central. Sin embargo, este hombre, Mohammed ibn Abd al- Wahhab, acabaría transformando la vida de todos los habitantes de la Península Arábiga. Tras un período itinerante estudiando con eruditos religiosos, Al-Wahhab volvió a Al-Uyaynah y predicó su mensaje de purificación del islam y de regreso a los valores originales proclamados por Mahoma. El programa reformista de Al-Wahhab tuvo inicialmente mucho éxito e incluso logró convertir al jeque local, pero Al- Wahhab impuso severos castigos a la gente a la que acusó de brujería, persuadió al jeque para arrancar de raíz grandes extensiones de árboles sagrados y dirigió la lapidación de una mujer acusada de adulterio. Cuando el horrorizado emir de Al-Hasa retiró las ayudas económicas al jeque local,Al-Wahhab fue desterrado y buscó refugio en Dir’aiyah, a 65 km de Al-Uyaynah. Al mismo tiempo, en toda Arabia aumentó la ira por el hecho de que las ciudades santas de La Meca y Medina estuvieran bajo control otomano, y el emirato saudí-wahhabita se expandió rápidamente. En 1792 murió Al-Wahhab, pero la inexorable expansión del emirato saudí-wahhabita continuó, con violentas incursiones al oeste y al norte traducidas en ataques a caravanas de peregrinos y a la ciudad chií de Kerbala. En 1803 el ejército saudí-wahhabita marchó sobre las ciudades santas de Hejaz y derrotó al jerife Hussain de La Meca. Este primer Imperio saudí se extendía desde Al-Hasa, al este, hasta Hejaz, al oeste, y Najran, al sur. A la segunda va la vencida Pero esa situación no duró mucho. El sultán otomano Mahmud II ordenó a su poderoso virrey de Egipto, Mohammed Ali, que recuperara Hejaz en nombre del sultán. Los ejércitos de Mohammed Ali capturaron La Meca y Medina en 1814 y conquistaron Dir’aiyah el 11 de septiembre de 1818. El restaurado dominio otomano trajo la paz y las caravanas de peregrinos empezaron a volver en gran número a las ciudades santas. Sin embargo, Arabia no lo consintió durante mucho tiempo: en 1824 Turki ibn Abdullah, hijo del ejecutado Abdullah, reconquistó Riad. Sin embargo, a principios de la década de 1890, tras la muerte de Faisal, Riad cayó en manos de los Al-Rashid, una tribu rival. En este contexto, la batalla decisiva para el futuro de la Arabia moderna llegó en 1902, cuando Abdul Aziz ibn Abdul Rahman ibn al-Saud (Ibn Saud), de 21 años, y su pequeño grupo de seguidores asaltaron con éxito Riad al amparo de la noche y capturaron la fortaleza. En 1925 los saudíes-wahhabitas tomaron La Meca y Medina; al año siguiente Ibn Saud se autoproclamó rey de Hejaz y sultán de Najd, y el 22 de septiembre de 1932 anunció la creación del Reino de Arabia Saudí. Arabia Saudí se hace notar En 1933 el futuro económico del nuevo reino quedó prácticamente asegurado con la firma de la primera concesión petrolera. En 1943, el presidente Roosevelt estableció la importancia política del reino al declarar que Arabia Saudí era “vital para la defensa de EE UU”. Tras la muerte de Ibn Saud el 9 de noviembre de 1953, su hijo Saud se convirtió en rey. Saud se ganó el favor de los árabes de a pie apoyando a Egipto en la crisis de Suez de 1956, pero con el reino sumido en graves problemas financieros, abdicó en 1964. Su hermano Faisal mostró mayor disposición a favorecer a sus ciudadanos con una parte de los beneficios económicos del petróleo: introdujo la sanidad gratis para todos los ciudadanos saudíes e inició un boom de la construcción que hizo que Arabia Saudí pasara de ser un empobrecido reino del desierto a una nación con infraestructuras modernas. En respuesta al apoyo incondicional de EE UU a Israel, Arabia Saudí impuso un embargo de petróleo en 1974 que cuadruplicó el precio mundial del petróleo y sirvió para recordar al mundo la importancia de este país en una economía totalmente dependiente del petróleo. Los problemas crecen El 25 de marzo de 1975 el rey Faisal fue asesinado por un sobrino. Aunque el trono oficialmente pasó a manos de un hermano de Faisal, Khaled, un hombre conocido por su piedad, su estilo de vida frugal y su cercanía a sus súbditos, el auténtico poder lo detentaba Fahd, otro de los hermanos de Faisal. En noviembre de 1979 la Gran Mezquita de La Meca fue tomada por 250 fanáticos seguidores de Juhaiman ibn Saif al-Otai, un líder wahhabita, que proclamaba que Mahdi (el mesías islámico) aparecería en la mezquita ese día. Durante dos sangrientas semanas de lucha murieron 129 personas. El conflicto supuso un golpe demoledor para la credibilidad de un régimen que se enorgullecía de ser heredero tanto de Mahoma como del legado wahhabita y de tener a los gobernantes árabes más capaces de proteger los lugares santos. En 1980 estallaron disturbios en las poblaciones del oasis de Qatif (centro de los 300 000 chiíes del reino), inspirados en gran medida por el éxito de la revolución iraní, los llamamientos del ayatolá Jomeini a exportar la revolución chií y la opresión del estado saudí eminentemente suní. Como era de esperar, los disturbios fueron brutalmente reprimidos. El 14 de junio de 1982, el rey Khaled murió a los 69 años. Fahd se convirtió en rey y empezó a reforzar los dos pilares –y contradicciones– del moderno gobierno Al- Saud: para Fahd se convirtió en una prioridad demostrar que el reino era un amigo moderado y de fiar de Occidente, mientras que en 1986 se autoproclamaba “custodio de las dos sagradas mezquitas”. Arabia Saudí hoy Cuando Iraq invadió Kuwait en agosto de 1990, la decisión de Arabia Saudí de permitir que tropas militares extranjeras operaran desde suelo saudí se convirtió en uno de los catalizadores que impulsaron al saudí Osama Bin Laden y a su movimiento Al Qaeda a hacer su aparición en el escenario internacional. En 1991 intelectuales liberales enviaron al rey Fahd una petición que reclamaba reformas y una mayor apertura. Acto seguido los conservadores islámicos enviaron una petición en contra. Esta lucha dentro de la política saudí se ha mantenido hasta hoy en día. Tras ser anunciado a bombo y platillo, el 20 de agosto de 1993 se inauguró el débil Consejo Consultivo (Majlis ash-Shoura). Cuando el rey Fahd murió en agosto del 2005, su hermanastro Abdullah subió al trono y el príncipe sultán bin Abdulaziz al- Saud se convirtió en príncipe heredero. Un futuro incierto Desde los ataques terroristas a Nueva York y Washington el 11 de septiembre del 2001 y desde que se descubrió que 15 de los 19 secuestradores acusados eran saudíes, el mundo ha centrado su atención en Arabia Saudí. Los gobiernos occidentales cuestionaron la presunta financiación de terroristas dentro del reino y las medidas tomadas por las autoridades saudíes para combatir las células de Al Qaeda que operaban en suelo saudí. En el 2003 y 2004 se produjeron una serie de ataques terroristas de Al Qaeda contra occidentales en Riad, Al-Khobar y Yanbu. Esto provocó la salida del país de alrededor del 50% de los expatriados estadounidenses y del 30% de los europeos (de cuyos conocimientos técnicos el Gobierno tiene una gran dependencia). Como resultado, las autoridades saudíes desean que se les vea combatiendo el terrorismo. El país se ha visto obligado a llevar un doble juego en la diplomacia regional. A Arabia Saudí le encanta mostrarse como partidaria incondicional de las economías occidentales, y sigue beneficiándose enormemente del comercio del que tanto depende la familia gobernante Al-Saud. Sin embargo, la élite saudí también tiene que intentar calmar el creciente resentimiento y hostilidad de su propia gente y de las autoridades religiosas, que consideran injustificada la guerra de Iraq. Los Al-Saud también temen un desequilibrio de poder en la región y están preocupados por la retirada de EE UU de Iraq. Aún más preocupante es la creciente influencia de Irán en Oriente Próximo y un Iraq dominado por los chiíes aliado con la herética Siria alauí y en lucha contra Israel en una guerra subsidiaria utilizando a Hamás y Hizbulá. Arabia Saudí también teme un resurgimiento de las tensiones sectarias dentro de sus fronteras. Las alianzas regionales, tribales y sectarias también alimentan el descontento local, y los saudíes han cambiado los medios de comunicación locales, tradicionalmente bastante inactivos, por la televisión por satélite, donde se informa con regocijo de la lucha de poder entre los miembros de la familia real, sus escándalos sociales y financieros, y el descontento cada vez mayor de la juventud saudí.