Conoce la historia de Inglaterra

Los primeros habitantes de Inglaterra fueron pequeñas tribus de cazadores, pero los inmigrantes de la Edad de Piedra llegaron alrededor del año 4000 a.C., cultivaron las pizarrosas colinas de la llanura de Salisbury y construyeron los misteriosos círculos de Stonehenge y Avebury. Les siguieron los celtas de la Edad de Bronce, procedentes de Europa Central, que comenzaron a llegar en el año 800 a.C. e introdujeron el gaélico y el bretón. El primero todavía se habla en Escocia; el último, en Gales.

Roma invadió la isla en el año 43 d.C., y sólo tardó siete años en vencer la resistencia de los indígenas y controlar la mayor parte del territorio. Las tribus escocesas y galesas fueron los pueblos más resistentes a la conquista, y para contenerlos se construyó la Muralla de Adriano en el norte de Inglaterra. Los romanos aportaron estabilidad, calzadas pavimentadas, y el cristianismo. Nunca fueron vencidos; sencillamente, se desvanecieron alrededor del año 410 d.C., con el ocaso de su imperio.

Tribus de bárbaros anglos, jutos y sajones comenzaron a introducirse en el vacío dejado por los romanos, absorbiendo a los celtas. En esa época se desarrollaron una serie de reinos de taifas anglosajones que, hacia el siglo VII, comenzaban a tener una vaga noción de nacionalidad conjunta. A mediados del siglo IX, los vikingos habían invadido el norte de Escocia, Cumbria y Lancashire, y los daneses irrumpían por el este de Inglaterra. En el año 871, sólo Wessex, la zona sur del río Támesis, medio celta medio sajona, se hallaba bajo el dominio inglés. En estas horas bajas, los ingleses consiguieron neutralizar la superioridad militar vikinga y comenzó un proceso de asimilación.

El siguiente invasor, Guillermo de Normandía, que pronto fue conocido como Guillermo el Conquistador, llegó a las costas del sur de Inglaterra en 1066 con un ejército de 12.000 hombres. Después de ganar la batalla de Hastings, puso a los normandos franceses en el lugar que hasta entonces ocupaban los aristócratas ingleses. Los normandos construyeron castillos impresionantes, impusieron el sistema feudal, aplicaron un censo y, una vez más, comenzaron a mezclarse con los sajones.

Los siglos siguientes presenciaron una serie de disputas entre reyes, intrigas políticas, plagas, conflictos y revueltas. La guerra de los Cien Años contra Francia dio paso a la guerra nacional de las Dos Rosas, y conocida es la historia negra de la monarquía inglesa. En el siglo XVI, los problemas matrimoniales de Enrique VIII supusieron la ruptura con el Papado. El parlamento nombró a este monarca cabeza de la iglesia anglicana, y la Biblia se tradujo al inglés. En 1536, Enrique VIII disolvió los pequeños monasterios y confiscó sus tierras.

A mediados del siglo XVII, la lucha de poderes entre la monarquía y el parlamento desencadenó la guerra civil, que lanzó a los monárquicos, seguidores de Carlos I (católicos, tradicionalistas, la pequeña aristocracia y los miembros de la iglesia anglicana), contra los parlamentarios protestantes partidarios de Cromwell. A la victoria de éste siguió una dictadura, que incluyó una sangrienta acción en Irlanda. Hacia 1660, el parlamento, cansado, restauró la monarquía.

A este período le siguió un proceso de expansión, ya que Inglaterra acumuló colonias en la costa americana, dio licencia a la Compañía de las Indias para actuar desde Bombay y, finalmente, consiguió tener Canadá y Australia bajo su gran esfera de influencia. Mientras tanto, ejercía un control cada vez mayor sobre las islas británicas. El primer revés del próspero imperio sobrevino en 1772, cuando las colonias americanas proclamaron su independencia.

Al mismo tiempo, Inglaterra se convertía, rápidamente, en el crisol de la Revolución Industrial, ya que la energía del vapor, los trenes, las minas de carbón y la energía hidráulica comenzaron a transformar los medios de transporte y de producción. Las primeras ciudades industriales del mundo surgieron en las Midlands, ocasionando movimientos migratorios de la población. Cuando la reina Victoria subió al trono, en 1837, Inglaterra se había convertido en la primera potencia mundial: sus flotas dominaban los mares, fusionando así el imperio británico, y sus fábricas controlaban el comercio mundial. Durante los mandatos de Gladstone y Disraeli, se aplicaron los peores excesos de la Revolución Industrial; sin embargo, se universalizó la educación, se legalizaron los sindicatos y se permitió votar a todos los hombres: las mujeres tendrían que esperar hasta después de la I Guerra Mundial.

La participación de Inglaterra en la guerra del 14 dio como resultado la matanza de un millón de ingleses y un creciente abismo entre las clases trabajadoras y las de poder. Esto último sentó las bases para los siguientes 50 años de conflictos laborales, empezando con la Great Strike (gran huelga) en 1926 y continuando con la crisis económica de la década de 1930. Inglaterra pasó por los años veinte y treinta de forma vacilante, con gobiernos que no fueron capaces de hacer frente a los problemas a los que se enfrentaba el país, incluidos el auge de Hitler y el III Reich.

Durante la II Guerra Mundial, bajo el gobierno de Winston Churchill, Inglaterra forjó un espíritu mucho más valeroso. Se recuperó de Dunquerque, de los implacables ataques aéreos de la Luftwaffe y de la caída de Singapur y Hong Kong, ganó la batalla de Inglaterra y jugó un papel importantísimo en la victoria de las fuerzas aliadas. A pesar de la euforia, los recursos e influencia ingleses se agotaron, y se hizo cada vez más patente su nuevo papel de segunda potencia, al perder primero India (en 1947), y después Malasia (en 1957) y Kenia (en 1963).

No fue hasta la década de 1960 cuando se dio por terminado el período de recuperación de las guerras; para entonces, los ingleses “never had it so good” (nunca lo habían tenido mejor), según su primer ministro, Harold Macmillan. En los años sesenta, la ciudad de Londres se convirtió en el escenario cultural de mayor importancia internacional, donde Beatles, Rolling Stones, Mary Quant, David Bailey, Twiggy, Jean Shrimpton y otros interpretaban el papel protagonista. Pero no todo fueron minifaldas y Sargentos Peppers: la facción independentista de Irlanda del Norte se volvió públicamente violenta, ocasionando el despliegue de tropas inglesas en 1969. Conocida eufemísticamente como The Troubles (los problemas), esta situación ha perseguido desde entonces al gobierno inglés e irlandés, y ha arruinado a Irlanda del Norte. La crisis del petróleo de los años setenta, la enorme inflación, la semana laboral de tres días y la hostilidad entre clases también supusieron un duro golpe al sistema socioeconómico inglés; en 1979, los británicos eligieron a Margaret Thatcher para que pusiera orden en todo este caos.

Thatcher acabó con los sindicatos, privatizó las industrias públicas, estableció una meritocracia, envió una flotilla a las islas Malvinas y polarizó la sociedad inglesa. La dama de Hierro fue el primer ministro que más tiempo permaneció en el poder en este siglo, y dejó tal marca en los ingleses que en la actualidad, mucho tiempo después de que su partido la dejara de lado, continúa ocupando una posición muy importante en cualquier discusión sobre asuntos nacionales. John Major, primer ministro desde 1990, no consiguió reunir al país en torno a la causa conservadora, y cayó en las elecciones de mayo de 1997.

La Inglaterra de Tony Blair es un lugar de cambios, aunque todavía el llamado nuevo amanecer no ha dado paso del todo a la luz del día, y el júbilo postelectoral se ha convertido en un optimismo moderado. Sin embargo, hay razones para tener esperanza, aunque sólo sea porque, aparentemente, el proceso de paz con Irlanda del Norte va por buen camino y el recelo inglés a la Unión Europea no parece que sea ya tan fuerte.

El 7 de julio de 2005 el terror se apoderó de Londres en la hora punta. Cuatro bombas estallaron en la red de transporte público dejando más de 50 muertos y 700 heridos.