El primer pueblo que habitó en el altiplano iraní fue probablemente el elamita, que fundó la ciudad de Susa en el extremo suroeste. Los arios llegaron a la región en el II milenio a.C. y, con ellos, las técnicas agrícolas y domésticas. La historia no empezó a documentarse hasta mediados del siglo VI a.C., bajo el mandato del rey aqueménida Ciro el Grande, cuya dinastía está considerada la fundadora del imperio persa, que finalmente derivó en la constitución del Estado de Irán.
En el siglo IV a.C., Alejandro Magno invadió Persia después de conquistar la mayor parte de Grecia, Egipto, Turquía e Irak. Pese a las tres ofertas conciliatorias de Darío III para una paz negociada, el conquistador entró en Susa y, después de cruzar las montañas hacia el Este, conquistó Persépolis. Tras la muerte de Alejandro, en el año 323 a.C., el imperio quedó dividido en tres dinastías enfrentadas. Persia permaneció bajo el dominio de los macedonios seléucidas, quienes experimentaron dificultades para someter a las numerosas minorías étnicas, en especial a los nómadas partos, que llegaron a controlar la mayor parte de Persia hasta el siglo III d.C. Los sasánidas procedían de las regiones centrales que habían escapado del dominio directo de los partos. Formaban un industrioso pueblo zoroástrico que fomentó el desarrollo urbano y el comercio. Al empezar las disputas entre los propios sasánidas, los árabes conquistaron la región en el año 637.
Los árabes gobernaron hasta 1050. Para entonces ya habían convertido a la mayor parte de la población al islam e introducido la nueva escritura persa y la cultura musulmana. Fueron derrotados por una dinastía turca, que ocupó Esfahan en el año 1051. Pese a numerosas revueltas, los invasores conservaron el poder hasta que fueron barridos de la región por los desbocados mongoles de Gengis Kan, a principios del siglo XIII. Cuando los líderes mongoles se extinguieron, a finales del siglo XIV, la dinastía timúrida llenó el vacío que habían dejado, aunque tuvo que soportar abundantes presiones de los turkmenos, turcos otomanos y algunos colonialistas europeos, como Portugal.
La siguiente dinastía, la sefévida (1502-1722), construyó uno de los imperios persas más gloriosos. Tanto Abbas I el Grande como sus sucesores abrazaron el chiísmo y reconstruyeron Esfahan, pero su declive se vio acelerado por las invasiones afganas de principios del siglo XVIII. Con todo, los afganos no supieron retener el poder e Irán conoció una sucesión de gobernantes con distintos grados de locura, malicia o benevolencia, hasta que el amargado y retorcido eunuco Aga Muhamad Jan unió a los turcos kayares en 1779 y estableció la capital en Teherán. Éstos gobernaron un país relativamente pacífico hasta 1921 y, aunque consiguieron permanecer neutrales durante la I Guerra Mundial, no fueron capaces de evitar una ocupación parcial por parte de las tropas británicas, deseosas de asegurarse un abastecimiento constante de petróleo.
Uno de los últimos reyes kayares introdujo la idea de las elecciones y de una asamblea legislativa (denominada Majlis), pero sólo se llevaría a la práctica con la llegada del carismático general Reza en 1923. Se convirtió en primer ministro e inició la faraónica empresa de conducir la nación hasta el siglo XX. Irán (nombre adoptado oficialmente en 1934) volvió a declararse neutral durante la II Guerra Mundial, pero Gran Bretaña y la Unión Soviética establecieron sus propias esferas de influencia en la nación para aislar a Alemania. Reza tuvo que exiliarse a Suráfrica en 1941, año en que le sucedió su hijo Muhamad. Tras el conflicto, Estados Unidos convenció a los soviéticos para que abandonaran la zona y el joven sha recuperó el poder absoluto y se alineó con firmeza junto a Occidente.
Durante los treinta años siguientes fue creciendo la resistencia contra Muhamad Reza y su régimen de represión y modernización. Cuando la economía empeoró a causa de la mala gestión tras la crisis del petróleo, la creciente oposición se reveló con sabotajes y manifestaciones masivas. Las reacciones del gobierno eran cada vez más desesperadas y brutales, el apoyo estadounidense empezó a flaquear y finalmente el sha huyó el 16 de enero de 1979. Al cabo de unas semanas, el líder de la oposición, el ayatolá Jomeini, regresó del exilio venerado por millones de personas. Su feroz nacionalismo y su fundamentalismo derivaron en la creación de una república islámica dominada por la clerecía. Estados Unidos pasó a ser Satanás, aunque Israel le iba a la zaga.
Poco después de que el ayatolá fuera proclamado imam (líder), el presidente iraquí Saddam Hussein realizó una oportunista incursión territorial en la provincia del Juzestán. Este movimiento desastroso sumergió al país en una horrible guerra que provocó cientos de miles de muertos hasta que en 1988 se negoció un insatisfactorio alto el fuego. Las potencias occidentales y la Unión Soviética ofrecieron su apoyo a Irak, siguiendo la lógica del menos malo. Irán sólo podía comprar armas a precios astronómicos.
El 4 de junio de 1989 falleció el ayatolá Jomeini, dejando un legado incierto. Dos meses después, Hashemi Rafsanjani fue elegido presidente, un cargo que hasta entonces había sido principalmente ceremonial. A su vez, el anterior mandatario, el ayatolá Alí Jamenei, ocupó el lugar de Jomeini como líder supremo. Estados Unidos impuso un embargo comercial a Irán, alegando que financiaba los grupos terroristas de la región y fomentaba la desestabilización del proceso de paz en Oriente Próximo. Tras las elecciones de 1997, en las que se impuso por mayoría abrumadora un presidente moderado, Mohamed Jatami, muchos alimentaron la esperanza de una mejora en las relaciones con el resto de naciones. Sin embargo, los vínculos con Alemania (y la mayoría de Europa) se deterioraron ese mismo año, después de que un tribunal alemán confirmara la implicación del gobierno iraní en los asesinatos de varios disidentes kurdos iraníes en el país germano unos años antes.
Después de la mayoría abrumadora obtenida en las elecciones de 1997 por el moderado presidente Mohammed Khatami, muchos esperaban que las relaciones exteriores mejorarían. Pero las relaciones con Alemania (y gran parte de Europa) tocaron fondo en 1997 después que un tribunal alemán sentenciara que el gobierno iraní había estado implicado en el asesinato de kurdos iraníes en Alemania varios años antes. La posición internacional de Irán todavía se desestabilizó más cuando el presidente estadounidense George W. Bush lo incluyó en su ‘eje satánico’.
La reelección de Khatami animó a los reformistas iraníes, pero el poder real seguía estando en manos del clero islámico, a pesar del descontento de los reformistas y la presión internacional. En las elecciones de 2004, los conservadores consiguieron el control del parlamento en un proceso marcado por la polémica: el Consejo de los Guardianes, muy radical, descalificó a muchos candidatos de talante reformista antes de la votación.
En 2003, Irán sufrió las presiones de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (IAEA) por su programa de energía nuclear. Las inspecciones de la IAEA que tuvieron lugar ese año no hallaron pruebas de que Irán tuviera un programa de armamento nuclear. Después, en 2003, el país sufrió uno de los terremotos más catastróficos de su historia. Centrado en la ciudad de Bam, al sureste del país, mató a 40.000 personas y dejó la ciudad en ruinas.