Conoce la historia de Irlanda

Los celtas, guerreros de la Edad de Hierro procedentes de Europa oriental, llegaron a Irlanda alrededor del año 300 a.C., y durante los diez siglos siguientes controlaron el país, dejando un legado de cultura e idioma que todavía pervive, especialmente en las zonas de Galway, Cork, Kerry y Waterford. Los romanos nunca llegaron a Irlanda; cuando el resto de Europa se hundió en el declive de la Edad Oscura, después de la caída del Imperio, este país se convirtió en una avanzadilla de la civilización europea, sobre todo tras la llegada del cristianismo, que se expandió por la isla entre los siglos III y V.

Durante el siglo VIII, los invasores vikingos comenzaron a saquear los monasterios irlandeses y terminaron por asentarse en el país en el siglo IX, formando alianzas con las familias nativas y los jefes de los clanes. Ellos fueron quienes fundaron Dublín, que en el siglo X era un pequeño reino vikingo. Los normandos, procedentes de las marcas del nuevo reino de Inglaterra, llegaron en el año 1169 y conquistaron sin dificultad Wexford y Dublín. El rey inglés Enrique II fue reconocido como señor de Irlanda por el Papa, y en 1171 conquistó Waterford, a la que declaró Ciudad Real. Diversos nobles anglonormandos también fijaron fuertes bases en el país, fuera del control de Inglaterra.

Bajo los reinados de Enrique VIII e Isabel I, se consolidó el poder inglés en Irlanda. La última espina para los ingleses era el Ulster, puesto fronterizo final de los jefes irlandeses, en particular de Hugh O’Neill, conde de Tyrone. La ignominiosa retirada de O’Neill en 1607, junto a otros 90 jefes, La Fuga de los Condes, dejó al Ulster sin líder y originó la aplicación de la política inglesa de colonización conocida por la Ulster Plantation, una organizada y ambiciosa expropiación de tierra que se entregó a colonos procedentes de la metrópoli, los cuales sembraron el germen de la división que aún en la actualidad vive la provincia.

Los recién llegados no se casaban ni se mezclaban con la empobrecida y exaltada población nativa de irlandeses y antiguos ingleses católicos, quienes se rebelaron en 1641 protagonizando un sangriento conflicto. Durante la Guerra Civil Inglesa, los irlandeses apoyaron a los monárquicos y, tras la ejecución de Carlos I, llegó al país Oliver Cromwell, el victorioso parlamentario protestante, dispuesto a dar una lección a sus oponentes y dejando un rastro de muerte y destrucción que todavía no se ha olvidado.

En el año 1695, entraron en vigor duras leyes penales conocidas como Popery Code, por las que se prohibía a los católicos comprar tierras, criar a sus hijos dentro de su religión y tener acceso a las fuerzas armadas y al Derecho. También se prohibió la cultura, la música y la educación irlandesas. Sin embargo, esta civilización consiguió salir a flote gracias a la celebración de misas secretas y escuelas ilegales al aire libre, estas últimas conocidas como Hedge Schools. A pesar de todo, hacia el año 1778 sólo el 5% de la tierra estaba en manos de los católicos. A finales del siglo XVIII, la pequeña nobleza protestante, alarmada por el nivel de agitación social que se vivía, prefirió sacrificar lo poco que quedaba de la independencia del territorio a cambio de la seguridad británica y, mediante el Acta de Unión de 1800, Irlanda se unió políticamente a Gran Bretaña. La formación de la Asociación Católica, por parte del líder popular Daniel O’Connell, proporcionó una limitada emancipación a los católicos, que no pudo continuar ampliándose debido a la tragedia de la Gran Hambruna (1845-1851); ésta se generó a causa de la pérdida casi completa de la cosecha de patata durante esos años, en los que Irlanda se vio obligada a exportar alimentos de Inglaterra, y desembocó en el inicio de una emigración que ha continuado hasta prácticamente nuestros días.

Las sangrientas repercusiones del levantamiento de Dublín de 1916, conocidas como Revolución de Pascua, donde las fuerzas nacionalistas fueron aplastadas, añadieron impulso a la lucha por la independencia irlandesa; en las elecciones generales celebradas en Gran Bretaña en 1918, los republicanos consiguieron una amplia mayoría de los escaños irlandeses. Bajo el liderato de Eamon de Valera, héroe que sobrevivió a la revuelta de 1916, los nacionalistas declararon la independencia de Irlanda y formaron el Dáil Eireann (la asamblea o cámara baja irlandesa), lo que provocó la Guerra Angloirlandesa, desde 1919 hasta mediados de 1921. El Tratado de la Partición, firmado en 1921, reconocía la independencia de 26 condados irlandeses y le concedía a seis condados del Ulster, la mayoría protestantes, la opción de escoger su destino. En 1948, se declaró finalmente la república en el sur de Irlanda, y en 1949 el país abandonaba la Commonwealth.

En 1921 se constituyó también el Parlamento de Irlanda del Norte, con James Craig como primer ministro. Sin embargo, su política se fue dividiendo cada vez más por asuntos religiosos, y los católicos sufrieron una gran discriminación en política, vivienda, empleo y bienestar social. La inestabilidad en el norte comenzó a mostrarse más claramente durante la década de 1960. La dispersión violenta en 1968 por parte de la policía de una marcha pacífica a favor de los derechos humanos desató el conflicto. En agosto de 1969, las tropas británicas fueron enviadas a Derry y Belfast y, aunque al principio fueron bien recibidas por los católicos, pronto quedó de manifiesto que estaban al servicio de la mayoría protestante. Las medidas pacíficas claramente habían fallado, y el Ejército Republicano Irlandés (IRA), que había luchado contra los británicos durante la Guerra Angloirlandesa, resurgió. La agitación estuvo salpicada por matanzas en ambos lados que parecía no iban a acabar nunca, por una serie de siglas que cambiaban cada dos por tres, por la ejecución de civiles a manos de soldados, por el encarcelamiento sin juicio de simpatizantes del IRA, por la muerte por huelga de hambre de los encarcelados y por la implantación del terrorismo en Gran Bretaña. Irlanda del Norte perdió su independencia parlamentaria y, desde entonces, ha estado gobernada desde Londres.

El Acuerdo Angloirlandés de 1985 otorgaba por primera vez al gobierno de Dublín un papel consultivo oficial en los asuntos de Irlanda del Norte. El alto el fuego de 1994 fue recibido con gran júbilo, pero pronto se vio minado por más muertes, por la reaparición del terrorismo en Gran Bretaña y por la clara intransigencia del gobierno británico durante la reunión mantenida en Whitehall. En 1997, con la elección de Tony Blair como primer ministro británico con el apoyo de una amplia mayoría laborista, los ánimos volvieron a cambiar. Las dos partes hicieron balance de las discusiones y en 1998 formularon un acuerdo de paz, que ofrecía cierto grado de autogobierno a Irlanda del Norte, y crearon un Consejo Ministerial Norte-Sur con capacidad para gestionar la política irlandesa si así lo acordaban los gobiernos de Belfast y Dublín. Como parte del acuerdo de paz, que fue apoyado mediante referéndum, el sur abandonaba su demanda constitucional sobre el norte. Con todo esto, parece que la paz está cada vez más cerca.

A finales de la década de 1990, la economía de la República vivía un gran auge, principalmente gracias a una inyección de los fondos de inversión de la UE, que ayudaron a renovar la infraestructura del país. Puede decirse que Irlanda saltó directamente de una economía basada en la agricultura a una economía postindustrial, debido principalmente al establecimiento de grandes compañías de telecomunicaciones e informática en el país, lo que dió lugar a muchos puestos de trabajo y a grandes inversiones. La tradición migratoria de más de siglo y medio de duración se redució e incluso detuvo. De todas formas el boom ha cesado, el paro vuelve a aumentar y el precio de la vivienda está muy elevado. A pesar de todo, Irlanda sabe llevar las cosas con humor y gracia.