Conoce la historia de Japón

Los primeros habitantes de Japón fueron pescadores, cazadores y recolectores que llegaron atravesando los puentes de tierra desde Corea, al Oeste, y Siberia, al Norte. También existe la creencia de que grupos de polinesios llegados por mar formaron parte de la mezcla étnica. En el año 300 d.C., el reino Yamato, adorador del sol, había unificado vagamente la nación mediante conquistas y alianzas. El budismo se introdujo desde China a mediados del siglo VI y pronto se convirtió en la religión oficial. La rivalidad entre el budismo y el sintoísmo, la religión tradicional japonesa, se neutralizó al presentarse a las deidades sintoístas como manifestaciones de Buda.

Con el imperio relativamente estabilizado, en especial tras la conquista de los indígenas ainú en el siglo IX, los emperadores de Japón se centraron en el ocio y los intereses académicos en detrimento de las tareas gubernamentales. La familia Fujiwara, noble pero corrupta, ocupaba la mayoría de cargos relevantes en la corte imperial. En las provincias, se estaba gestando un nuevo poder: los samuráis, o clase guerrera, alzaron las armas para defender su autonomía, y mostraron su fuerza ante la capital, Heian (actual Kyoto). El clan Taira eclipsó brevemente a los Fujiwara, pero fue a su vez derrocado por la familia Minamoto en 1185. Tras asumir el rango de shogun (líder militar), Minamoto Yoritomo estableció el centro de poder en Kamakura, mientras el emperador se mantenía como símbolo en Kyoto. Se inició así un largo período de régimen feudal bajo el control de sucesivas familias de samuráis, hasta que el poder imperial se restableció en 1868.

A grandes rasgos, esta época feudal puede dividirse en cinco períodos principales. En la época Kamakura (1185-1333) las tropas mongoles de Kublai Khan invadieron el país repetidas veces. Japón consiguió expulsarlos, pero el debilitado gobierno perdió el apoyo de los samuráis. El emperador Go-Daigo presidió durante los inicios del período Muromachi (1333-1576), hasta que una rebelión planeada y organizada por un samurai descontento, Ashikaga, le obligó a huir hacia las montañas. Ashikaga y sus descendientes gobernaron el país con una eficacia gradualmente decreciente, y Japón se sumió en la guerra civil y el caos. Oda Nobunaga y su sucesor Toyotomi Hideyoshi pacificaron y unificaron las distintas facciones durante la etapa Momoyama (1576-1600). La rápida expansión del cristianismo durante el Siglo Cristiano (1543-1640) fue inicialmente tolerada, y más tarde reprimida con crueldad cuando esta religión intrusa empezó a suponer una amenaza. Durante el período Tokugawa (1600-1867), Tokugawa Ieyasu derrotó al joven sucesor de Hideyoshi y se estableció en Edo (la moderna Tokio). El emperador mantuvo una autoridad puramente simbólica en Kyoto, mientras la familia Tokugawa dirigía al país hacia una época de aislamiento nacional. Se prohibió a los japoneses viajar al extranjero y comerciar con otros países, y los extranjeros residentes en Japón fueron sometidos a una estricta vigilancia. Algunos opinan que la rigidez adoptada en aquellos tiempos para aceptar sin discusión las reglas de la obediencia y la lealtad absolutas perdura en la actualidad.

A principios del siglo XIX, el gobierno Tokugawa estaba estancado y minado por la corrupción. Los navíos extranjeros pusieron a prueba el aislamiento japonés con creciente insistencia, y la hambruna y la pobreza debilitaron el apoyo popular al gobierno. En 1867, Keiki, el shogun en el poder, abdicó de su cargo y el emperador Meiji tomó las riendas del estado, conduciendo al país en una carrera desbocada hacia la occidentalización e industrialización. En 1889 se instauró una constitución de estilo occidental, cuyos principios se fundaban en la conciencia nacional junto con un retorno a los valores tradicionales. La creciente autoestima de Japón quedó demostrada con la cómoda derrota que infligió a China en la guerra sino-japonesa (1894-1895) y a Rusia en la guerra ruso-japonesa (1904-1905). Bajo el mandato del hijo de Meiji, Yoshihito, Japón se alineó con los aliados en la I Guerra Mundial aunque, en lugar de implicarse a fondo en el conflicto, expandió rápidamente su economía mediante el comercio y el transporte. El emperador Hirohito ascendió al trono en 1926. La depresión económica mundial, iniciada en 1930, impulsó un creciente sentimiento nacionalista. La agitación popular propició la consolidación del poder militar: Japón invadió Manchuria en 1931 y entró en hostilidades a gran escala con China en 1937.

Japón firmó un pacto tripartito con Alemania e Italia en 1940 y, cuando fracasaron los esfuerzos diplomáticos para asegurarse la neutralidad de Estados Unidos, el pueblo nipón se incorporó a la II Guerra Mundial con un ataque sorpresa a Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941. En un principio, las tropas japonesas obtuvieron rápidas victorias, impulsando sus frentes de batalla hasta India, la frontera australiana y el centro del Pacífico. La batalla de Midway abrió el contraataque estadounidense, minando la superioridad naval de Japón e inclinando el proceso bélico en su contra. En agosto de 1945, con las fuerzas japonesas en retroceso en todos los frentes, la declaración de guerra de la Unión Soviética y las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos contra Hiroshima y Nagasaki, todo había terminado. El emperador Hirohito anunció su rendición incondicional. Japón permaneció ocupado hasta 1952 por fuerzas extranjeras con el objetivo de desmilitarizar el país y desmantelar el poder del emperador. Gracias a un programa de recuperación, la economía creció con rapidez y Japón se convirtió en la potencia exportadora más importante del planeta, generando enormes beneficios comerciales y dominando en los campos de la electrónica, la robótica, la informática, la producción de automóviles y la banca.

Con la llegada de la década de 1990, las antiguas certezas parecieron desvanecerse: el legendario crecimiento económico del Japón fue disminuyendo hasta su práctica paralización; el Partido Liberal Democrático (LDP), de tendencia conservadora, fue derrocado y reinstaurado al año siguiente; un fuerte terremoto registrado en 1995 arrasó la ciudad de Kobe (un desastre agravado por la lenta reacción del gobierno); y un culto milenario con ambiciones apocalípticas desencadenó un ataque con gas letal en el metro de Tokio en el mismo año.

La llegada al poder de Keizo Obuchi, sucesor del primer ministro Hashimoto, favoreció un positivo cambio de rumbo. Hashimoto había caído, castigado por el electorado debido a la inestabilidad económica. Obuchi trajo consigo unos años de vitalidad económica, pero falleció a causa de un derrame cerebral mientras detentaba el poder. Su sucesor, Yoshiro Mori, se reveló como otro incondicional del LDP. Aunque Mori sobrevivió a un intento de rebelión de su rival, Koichi Kato; contaba con el apoyo popular más bajo entre todos los líderes de la historia japonesa más reciente. Su sucesor es el excéntrico Junichiro Koizumi, que trajo consigo una seductora mezcla de nacionalismo y reforma al gobierno del país. Prometió poner fin a la cultura del nepotismo y se distingue de sus predecesores más recientes por haber sabido crear grandes expectativas entre la población.