Las fronteras polacas parecen invitar a apropiarse de ellas. Los grandes constructores de imperios europeos (y otros no tan grandes) han entrado y salido de esta tierra desde que los polans (gente de los campos) llegaron en el siglo X. Las implacables invasiones cesaron recientemente con la decadencia de la influencia soviética.
Pero guerras y sometimientos no constituyen los únicos elementos en la historia de Polonia. Esta nación -una de las generadoras de cultura en Europa- ha prosperado bajo el mandato de cultos y enérgicos gobernantes. Casimiro III el Grande (1333-1370) otorgó a Cracovia una de las primeras universidades de Europa, y levantó una extensa red de castillos y fortificaciones por todo el país. A lo largo de los siglos de expansión que siguieron junto con la reducción del territorio y la fluctuación de riqueza y pobreza, las infraestructuras legadas por Casimiro III se mantuvieron en pie; la mayoría de los problemas provenían del exterior.
La estabilidad interna se tambaleó en el siglo XVII. Con el parlamento paralizado por la estipulación de que cualquier ley podía ser vetada por la negativa de un solo miembro, pasaron décadas sin aprobarse ley alguna, frustración que provocó tensiones. La nobleza actuaba de forma independiente usurpando los derechos políticos y gobernando sus tierras como auténticos señores feudales; paralelamente, los invasores extranjeros -rusos, tártaros, ucranianos, cosacos, otomanos y suecos- se repartían el territorio polaco.
A finales del siglo XIX, Polonia estaba sumida en el caos. Cuatro millones de personas habían fallecido a causa de las guerras, la hambruna y la peste bubónica; mientras, Rusia, Prusia y Austria ensayaban cómo repartirse el botín polaco. A pesar de una teórica recuperación económica, la pobreza imperaba en la zonas rurales y aproximadamente una quinta parte de los veinte millones de habitantes emigraron, principalmente a Estados Unidos.
La situación empeoró con la llegada de la I Guerra Mundial. El enfrentamiento entre las tres potencias que ocupaban Polonia discurrió, principalmente, en territorios habitados por polacos, que con frecuencia eran reclutados por alguno de los frentes y obligados a combatir entre ellos. El número de muertes y la magnitud de la destrucción resultan asombrosos. Durante la confusión que siguió a la contienda, y aprovechando la situación revolucionaria en Rusia, Polonia reunió los escasos territorios disponibles para formar una identidad soberana e intentó construir una nación independiente prácticamente de cero. Los progresos de este monumental proyecto concluyeron con el estallido de la II Guerra Mundial, cuando Alemania, y posteriormente la Unión Soviética, ocuparon Polonia con avidez, y sometieron por medio de la violencia a sus habitantes; los nazis se centraron particularmente en la población judía.
El gobierno polaco en el exilio estableció una alianza de facto con Stalin, un compadrazgo obsceno que poco aportaría a los polacos que aún permanecían en el país. La Unión Soviética envió soldados polacos mal equipados para absorber proyectiles nazis, y luego enviar al ejército rojo, que se llevaría toda la gloria, además de un pedazo del territorio polaco. En 1945, Polonia estaba -una vez más- devastada, y más de seis millones de sus ciudadanos habían fallecido, la mitad de ellos, judíos. En la Conferencia de Yalta, el 11 de febrero de 1945, Roosevelt, Churchill y Stalin fijaron las fronteras de Polonia en la línea Curzon al Este y en la línea Oder-Neisse al Oeste, y dejaron el país en manos de los soviéticos. De esta forma, se transformó en escenario de actos de represión y violencia al más puro estilo estalinista. Los polacos nunca aceptaron esta forma política y durante el período comunista se sucedieron innumerables huelgas.
A medida que disminuían las esperanzas de prosperidad, el sindicalismo obrero aumentaba con el apoyo de intelectuales comprometidos. La triunfal visita del papa Juan Pablo II a su tierra natal en 1978 sirvió para intensificar la agitación política. La organización y la unidad del movimiento obrero eran superiores a las mostradas por la desmoralizada administración comunista y, en la década de 1980, el gobierno se mostraba incapaz de silenciar a sus oponentes. Las iniciales exigencias de aumentos salariales pronto se tornaron en reivindicaciones políticas y económicas. Las delegaciones de obreros polacos se unieron bajo la bandera de la central sindical Solidaridad, dirigida por Lech Walesa. Solidaridad influyó notablemente en la sociedad polaca, obteniendo diez millones de miembros en su primer mes, un millón de los cuáles procedía de las filas del Partido Comunista. Después de más de una generación de sometimiento, los polacos se lanzaron a una suerte de democracia espontánea y caótica. Aunque el gobierno había concedido a los obreros el derecho a la sindicación y a la huelga, la situación se les escapaba: en 1981, se instauró la ley marcial, Solidaridad fue declarada ilegal y muchos de sus líderes, Walesa incluido, fueron arrestados. Los abusos de la ley marcial fueron amainando paulatinamente, pero Solidaridad se vio obligada a actuar de manera clandestina, hasta que la perestroika de Gorbachov alcanzó a Polonia.
En 1989, en unas elecciones semilibres, los miembros de Solidaridad obtuvieron una abrumadora mayoría de los puestos de la cámara alta del parlamento. Walesa fue elegido presidente en 1990, pero su gobierno pasó gradualmente de un estado de euforia a la desilusión. No hubo milagros económicos ni estabilidad política, y la mayoría de los partidos políticos y del electorado cuestionaron repetidamente tanto su estilo de gobierno como sus logros.
Los antiguos comunistas Aleksander Kwasniewski y Wlodzimierz Cimoszewicz sucedieron a Walesa a finales de 1995 y gobernaron hasta los últimos coletazos de 1997, cuando Jerzy Buzek, que encabezaba una coalición liderada por Solidaridad, tomó las riendas. Poco después, Aleksander Kwasniewski, candidato de la Alianza de Izquierda Democrática, obtuvo de nuevo el control político, siendo reelegido en octubre de 2000 para un segundo período presidencial. En esas mismas elecciones, el antaño venerado Walesa obtuvo menos de un 1% de los votos.En 1999, Polonia se convirtió en miembro de la OTAN.
Un día después del ingreso de Polonia en la Unión Europea, en mayo de 2004, el gobierno del entonces primer ministro L. Miller (ADI) dimitió en pleno como consecuencia de un escándalo financiero y su lugar fue ocupado por el político del mismo partido Marek Belka.
El 2 de abril de 2005 el país pierde a su “hijo predilecto”, Juan Pablo II “El Grande” (Karol Wojtyla) nacido en Wadowice, sur de Polonia.
En octubre de 2005, Lech Kaczynski, apoyado por los estratos más tradicionalistas del país, gana las elecciones.