Conoce la historia de Rusia

Según la tradición local, el nacimiento de lo que hoy es Rusia tuvo lugar en 862, cuando el vikingo Riurik de Jutlandia fundó Nóvgorod. Su sucesor Oleg y, tras él, los grandes príncipes de Kíev extendieron su dominio sobre todas las tribus eslavas del este, cuyos territorios se unificarían en parte gracias a la introducción del cristianismo ortodoxo desde Bizancio. La hegemonía del territorio se mantuvo hasta mediados del siglo XI, momento en el que se inició el declive de Kíev. Nóvgorod se independizó en 1136 y se sumó a la Liga hanseática, federación de ciudades-estado que controlaban el comercio del mar Báltico y el mar del Norte, y también se constituyeron principados independientes, divididos a su vez en feudos.

La invasión tártaro-mongola en el siglo XIII prolongó el dominio de estos pueblos en el territorio ruso hasta 1480. Esta intrusión dio paso al auge del principado de Moscú, basándose en los principios de autocracia, centralización, expansión y modernización. Estos cambios culminaron en el siglo XVI con el expansionismo del zar Iván IV, conocido como Iván el Terrible, que continuó la reconquista iniciada por Iván III. Sus incursiones prosiguieron hasta llegar a los estados moscovita y polaco-lituano. Cuando la dinastía Riurik llegó a su fin 700 años después de su instauración con la muerte de Fiodor I, el país se encontraba en una situación calamitosa debido a las constantes revueltas y a la crisis político-económica. Suecos y polacos se unieron a la lucha, pero estos últimos fueron expulsados de Moscú en 1612. Un año más tarde Mijail Romanov inició una dinastía que reinaría hasta 1917. Pedro el Grande, el dirigente más fuerte de este linaje, sería el primer emperador que acercó Rusia a Occidente, y constituyó un gran imperio ruso. Consiguió derrotar a los suecos y, al finalizar esta guerra, mandó construir una nueva capital en el norte, San Petersburgo.

El siglo XIX comenzó con un estallido que culminó en una cruenta revuelta social. En 1812 Rusia derrotó a Napoleón y se convirtió en el primer país que lograba detener la invasión napoleónica. Si bien esta victoria unificó a los rusos, el zar Nicolás I volvió a implantar la monarquía absolutista y despótica, donde no había lugar para la libertad política y social. Aumentaba la oposición al régimen zarista, tanto por parte de los campesinos como de los liberales, y surgió el movimiento populista, origen de las revoluciones que estallarían a principios del siglo XX. En 1881 militantes populistas que habían recurrido al terrorismo asesinaron al zar Alejandro II; muchos radicales huyeron del país, entre ellos Vladímir Ulianov, más conocido por Lenin.

Bajo el reinado de Nicolás II, las derrotas de la guerra ruso-japonesa (1904-1905) alimentaron el malestar social. La matanza del Domingo Rojo (enero de 1905) desencadenó más agitaciones populares y huelgas masivas. Los activistas socialdemócratas formaron consejos de trabajadores (soviets), y la huelga general de octubre de 1905 paralizó el país. Si bien el zar permitió la creación del primer parlamento (duma), lo desintegró de inmediato a causa de las constantes peticiones izquierdistas que en él se planteaban. La I Guerra Mundial sumió a la población en la hambruna y la pobreza, y fomentó el acercamiento entre las clases más desfavorecidas, los campesinos y la clase obrera, que organizaron más revueltas. Los soldados y la policía también se sublevaron y una nueva duma, apoyada por la elite mercantil del país, asumió el gobierno. Asimismo, se formaron soviets de trabajadores y soldados, creándose de este modo dos bases de poder alternativas. Ambas fuerzas solicitaban la abdicación del zar, petición que Nicolás II se vio obligado a satisfacer el 1 de marzo de 1917.

El 25 de octubre los bolcheviques (fracción socialdemócrata), capitaneados por Lenin, derribaron al gobierno e instauraron el poder de los soviets. El gobierno soviético, liderado por Lenin con el apoyo de Trotski y Stalin, distribuyó las tierras entre los trabajadores, firmó un armisticio con Alemania y creó el ejército rojo trotskiano. En marzo de 1918, el partido bolchevique adoptó el nombre de partido comunista, y la capital de la nación pasó de Petrogrado (el nuevo nombre que se le había otorgado a San Petersburgo) a Moscú. Entretanto, al sur y al este del país, surgieron focos de resistencia formados por los detractores del régimen comunista (los blancos). Tres años de guerra civil entre rojos y blancos (1918-1921) culminaron con más de un millón de exiliados.

Las consecuencias económicas de la contienda fueron trágicas; períodos de hambre y epidemias se unieron a la calamitosa situación económica. En 1922, se estableció la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Tras la muerte de Lenin en enero de 1924, su sucesor Stalin convirtió la utopía de la igualdad y justicia social plenas en un totalitarismo estatal y estableció un régimen de terror por medio de represiones indiscriminadas, campos de concentración y colectivización forzosa de las tierras. Unos diez millones de personas fueron víctimas de las purgas de este período.

El pacto germano-soviético firmado en agosto de 1939 permitió a la Unión Soviética anexionarse territorios que habían pertenecido al antiguo imperio ruso, pero las tropas nazis iniciaron su ataque hasta las cercanías de Moscú. Las batallas de Leningrado (anteriormente Petrogrado) y Stalingrado (hoy denominada Volgogrado), fueron especialmente largas y terribles; un millón de soldados soviéticos murieron defendiendo Stalingrado.

Al término de la contienda, la URSS extendió su territorio y su control hacia Europa del Este. De esta forma, se constituyó el bloque comunista y la Unión Soviética se convirtió en una de las superpotencias mundiales. Stalin reinstauró el viejo sistema de purgas y, con la guerra fría, catalogó la ideología occidental de nueva enemiga del país. Tras la muerte de Stalin en 1953 Nikita Jrushov pasó a ser el nuevo líder ruso; con cautela y prudencia, intentó desestalinizar al partido y procedió a la instalación de misiles en Cuba (1962). Este hecho, junto a la construcción del muro de Berlín en 1961, deterioró las relaciones Este-Oeste. Sin embargo, el conservador Brézhnev, sucesor de Jrushov, y la arriesgada política de John F. Kennedy sofocaron los esfuerzos de Jrushov. Pero el cambio se acercaba, y la pobre imagen del comunismo ruso sería rápidamente revisada a fondo por el soviético iconoclasta Mijail Gorbachov.

Gorbachov introdujo reformas políticas y económicas (perestroika) y abogó por una mayor transparencia pública (glasnost). En 1988, convocó elecciones para transferir el poder del partido a un nuevo parlamento. En política exterior, el presidente ruso inició el diálogo con Occidente y abrió un proceso de cambio que culminó con la caída del muro de Berlín en 1989. Dentro del país, la reducción de la represión condujo a la ulterior independencia de las 15 repúblicas soviéticas, encabezadas por las bálticas. Esto redujo el ámbito de influencia, y Gorbachov tuvo que enfrentarse a una severa crisis económica que ocasionó conflictos nacionales. El golpe de Estado fallido de agosto de 1991 despejó el camino a su sucesor, Boris Yeltsin, político más radical.

El 8 de diciembre de 1991 se disolvió oficialmente la URSS y en su lugar surgió la Confederación de Estados Independientes (CEI), con Yeltsin como presidente de la nueva Rusia. Además, se promulgó una nueva Constitución y entre los grupos nacionalistas, comunistas y partidos reformistas se establecieron relaciones un tanto conflictivas.

En la actualidad, Chechenia soporta el peso de una cruenta y persistente guerra civil. El primer conflicto estalló en 1994, provisionalmente resuelto con un acuerdo de paz en diciembre de 1996; pero en agosto de 1999 se reemprendió la contienda. Paralelamente, Rusia no lograba superar las dificultades políticas, económicas y sociales que la ahogaban. Los actos ilegales de funcionarios corruptos, financieros y gángsters se habían generalizado. Con el incremento del consumo de drogas, un índice de asesinatos dos veces mayor que el de Estados Unidos y el comercio en manos del crimen organizado, el futuro inmediato de Rusia no parecía muy halagüeño. Sin embargo, el descontento popular no había suscitado sólidas alternativas políticas: los rusos reeligieron por poco margen al indeciso y dictatorial Yeltsin en las elecciones celebradas a mediados de 1996.

El año 1998 se caracterizó por la profunda crisis económica que asoló el país; al peso de la gran deuda pública interna, imposible de saldar, y a la suspensión del pago de la deuda externa se sumó la devaluación del rublo en un 72 por ciento. A las dificultades económicas se añadió una importante crisis política. En mayo de 1999 Yeltsin, con la salud muy debilitada, destituyó al primer ministro Yevgueni Primakov y a un gran número de altos cargos, ya que la duma estaba estudiando la posible destitución del presidente. En marzo de 2000, Vladímir Putin fue elegido presidente de Rusia, después de seis meses de gobierno provisional. Su estilo autoritario le ha otorgado cierta fama. Desde entonces, el terrorismo checheno se ha convertido en protagonista de la vida cotidiana rusa, especialmente después del asalto al teatro de Moscú en octubre de 2002, en el que 117 personas perdieron la vida y el secuestro de un colegio en 2004 en el que más de 300 personas fueron asesinadas.

Muy en contra de la opinión internacional y local, Putín fue reelegido en 2004 gracias a su “mano-dura” frente al terrorismo checheno y a la política petrolera que maneja.