Se debe llegar a Japón con la mente abierta y preparado para consumar las actividades más sorprendentes: fotografiar una reproducción de la torre Eiffel, surfear en una piscina de olas artificiales, visitar en buena compañía un hotel del amor o sestear en una cápsula espacial.
La imagen de Japón se ha perfilado en base a rumores erróneos y tópicos; para conocerlo verdaderamente deben abandonarse los prejuicios. Entre la elegante formalidad de la etiqueta japonesa y los intercambios sociales, teñidos de candidez pero en ocasiones sumamente bullangueros, que se producen alrededor de unas copas; entre la asepsia de los centros comerciales y los sorprendentes festivales rurales, cada uno acabará formándose su propia visión de Japón.