Megalitos, mazmorras medievales y la gruta de Calipso: Malta no es sólo antigua, es absolutamente mítica. Las estrechas calles adoquinadas de sus pueblos están llenas de catedrales normandas y palacios barrocos, y en su campiña pueden verse algunas de las estructuras construidas por el hombre más antiguas que se conocen. Malta ha sabido sacarle provecho a su romántico pasado, plagado de constructores de templos megalíticos y de célibes caballeros en campaña, para activar una industria turística formidable. Y todo esto sin que sus islas estén atestadas de edificios de apartamentos para veraneantes (al menos, todavía no). Ante la modernización, su arraigada cultura católica ha contribuido a que los malteses conserven una comunidad bien organizada e integrada, y ha evitado el desarrollo descontrolado. El resultado es que los viajeros pueden disfrutar de una reconfortante combinación de comodidad y auténtico atractivo local, y de un buen lugar para relajarse por mucho menos dinero que en otros destinos similares del Mediterráneo.
A pesar de su carácter tranquilo, los malteses pasan buena parte del año lanzando confeti mientras pasean las imágenes de sus santos patronos por las calles, y brindando por los Caballeros de San Juan. La temporada de los festivales religiosos dura seis meses y termina justo a tiempo para las vacaciones. Sin embargo, quien haya tomado demasiado nuégado y vino siempre puede viajar a las diminutas islas vecinas de Gozo o Comino para gozar de total paz y tranquilidad.