Marruecos representa el seductor labio inferior de esa boca que es el mar Mediterráneo, una tierra musulmana tan llena de misticismos que parece desplazarse como una alfombra mágica por algún lugar entre el mito y la realidad. Tánger, Casablanca, Marrakech; bastan los nombres de estas tres ciudades para evocar el aroma de especias en el olfato de los viajeros más experimentados. Muchos destinos marroquíes han sido mitificados, con razón, pero el visitante puede que lamente la párdida de esa imagen. Sin embargo, otros exaltarán la singular historia viva del país, su deslumbrante luz, su arte. La realidad yace en algún punto intermedio.
Marruecos es el punto de partida idóneo para quien viaja a África. Está a un salto de Europa y puede resultar un lugar acogedor, bullicioso y estimulante. En los mercados al aire libre de todo el país se encuentran innumerables alfombras, artículos de madera y joyas. A excepción del hachís, la principal materia prima del país es el cuero, considerado uno de los más suaves del mundo.