Nueva Zelanda ofrece una belleza sísmica poco común: montañas glaciares, ríos de corrientes rápidas, profundos lagos de aguas cristalinas, géiseres silbantes y barros que hierven. Alberga numerosas reservas forestales así como desérticas y largas playas; disfruta también de una fauna muy variada, en la que destaca el kiwi, especie endémica de estas costas.
Los viajeros en busca de aventura pueden practicar gran número de enérgicas actividades al aire libre, como excursiones, esquí y descenso de rápidos, sin olvidar el deporte favorito de muchos, el puenting. Igualmente es posible nadar con delfines, jugar con corderos recién nacidos, observar ballenas o practicar la pesca de la trucha cebada en muchos de los ríos existentes. La población, inmersa en una cultura que aúna lo europeo con las costumbres ancestrales maoríes, destaca por su ingenio y hospitalidad. Se requiere cierta práctica para pronunciar los extraordinarios y resonantes nombres de algunos de los rincones que esconde Nueva Zelanda, como Te Awamutu, Whangamomona o Paekakariki.
Al ser un país compacto, viajar por él (en avión, autobús, tren, coche o caravana) no resulta caro y sí muy eficaz. Existen alojamientos variados y económicos, y su exquisita oferta gastronómica incorpora carne de venado, marisco fresco, fantástico helado y premiados vinos.