La definición que Winston Churchill dio de Rusia, ‘un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma’, sigue siendo una forma muy acertada de describir el país, a pesar de la inestabilidad y de los cambios que han sufrido sus ideologías e iconos políticos. Se tiene una imagen borrosa de la Rusia cotidiana, donde las consecuencias del capitalismo más salvaje están haciendo estragos en sus estructuras básicas; delincuencia, prostitución y narcotráfico se unen a las kilométricas colas para conseguir alimentos que no existen y al halo apocalíptico que invade el territorio. Sin embargo, sus innumerables tesoros culturales han conseguido resistir a las tribulaciones históricas y económicas, y su legado artístico, desde Ana Karenina hasta el doctor Zhivago, hacen de Rusia un destino único. Con la balalaica bien asida y el samovar (recipiente para calentar el agua del té) ya apagado, ya se podrá descubrir el mausoleo de Lenin en la plaza Roja de Moscú, el Ermitage de San Petersburgo, cualquiera de los magníficos pueblos históricos del Anillo de Oro y los prados de flores silvestres del Cáucaso.